La recta final

Luis Carlos Vélez
28 de mayo de 2018 - 02:00 a. m.

El que niegue que Colombia es un país diferente después del gobierno del presidente Juan Manuel Santos está simplemente faltando a la verdad. Este es un país más moderno, seguro y pacífico, pero también uno más dividido y resentido. El enfrentamiento entre el mandatario y el expresidente y senador Álvaro Uribe ha puesto a la mayoría de la nación en dos bandos irreconciliables que le hacen mucho daño al país. La segunda vuelta es la oportunidad definitiva para cerrar la brecha. Me explico.

En el centro está la mayoría del país. Una propuesta extrema de derecha cala bien en los que creen en la mano dura, pero aleja a los que están cansados de la guerra. Una propuesta de izquierda trae imágenes de Chávez, pero si se endulza con entendimiento del modelo económico actual y respeto a las instituciones suena más atractiva. Tal vez por eso, en estos últimos días, escuché muchas veces a gente decir que si metieran en una licuadora a todos los candidatos y coláramos sólo lo mejor de cada uno, tendríamos a un personaje extraordinario. ¿Se imaginan a un presidente con la juventud y disciplina de Duque, la independencia de Fajardo, el conocimiento de gobierno de Vargas Lleras, la inteligencia de Humberto de la Calle y la resiliencia de Petro? Imbatible.

A la hora en que escribo esta columna hoy domingo no se sabe quiénes se disputarán el cargo más importante de la nación, pero lo que sí está claro es que deberán hacer una campaña que les apunte más a las coincidencias que a las diferencias, a lo que nos une como nación y no a lo que nos divide. Estamos cansados de los extremos, de si no estás conmigo, estás contra mí, de la suma cero. De uribismo, de santismo y ahora de petrismo.

En términos de propuestas, esto significa: acuerdo de paz con mano dura para cumplirlo y castigos por hacerle conejo, lucha frontal a la corrupción y el clientelismo, eliminación de la mal llamada mermelada, impulso a la economía doméstica basado en mayor acceso a créditos y beneficios financieros y no expropiaciones ni castigos a los empresarios generadores de empleo; y en términos de seguridad ciudadana, una apuesta por más policías acompañada de cambios sustanciales en la justicia que permita que los delincuentes sí terminen en la cárcel.

Por último, y no menos importante, valdría la pena que en esta recta final dedicáramos tiempo a la evaluación de las encuestas, pronósticos y debates. Debería permitírseles a las encuestadoras hacer estudios hasta el final del proceso y no suspender los sondeos a una semana de las votaciones. En el mundo de la internet, de las tendencias y de los medios globales, mantener la veda es simplemente anacrónico.

Sobre los debates, deberíamos buscar la manera de limitarlos a un número fijo de encuentros que no superen los cuatro eventos. Así se le da transparencia, elegancia y altura al proceso. Y, por último, es determinante poder realizar encuestas a boca de urna. En Colombia no conocemos a ciencia cierta cómo vota el país por edades, nivel de educación, sexo o nivel económico. Un modelo a revisar funciona en EE. UU., donde los grandes medios se unen para pagar un gran estudio nacional que funciona incluso más rápido que el propio ente oficial y entrega resultados que sirven como parámetro de comparación a la voz oficial. Pensémoslo.

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