La resistencia del final

Armando Montenegro
02 de julio de 2017 - 03:30 a. m.

Así como los primeros meses de un gobierno se comparan a veces con el vigor de la juventud, un período animado por la energía y el dinamismo durante el cual se emprenden ambiciosos proyectos, el final de un mandato presidencial se asemeja a veces a la senectud, cuando las grandes iniciativas ya han quedado atrás y buena parte de los esfuerzos se concentra en la supervivencia. Los norteamericanos, menos retóricos, simplemente denominan a un mandatario o a una administración que vive sus últimos días como “lame duck”, un animal lisiado que tiene dificultades para moverse. 

Sin considerar los casos atípicos de algunos mandatarios “teflón” (relativamente inmunes a la corrosión y los rayones), las dificultades usuales de los últimos meses de los gobiernos se originan simplemente en el desgaste y la fatiga que se han acumulado a lo largo de sus mandatos, fenómenos que son más agudos cuando se concluye no un período de cuatro sino de ocho años. Se podría agregar que estos síntomas de agotamiento se acrecientan si, por razones exógenas, como la caída de los precios de los bienes de exportación, lo que le ha ocurrido a la mayoría de los países de América Latina, la economía sufre de un proceso de decaimiento y escaso crecimiento al final del período presidencial. 

En el ocaso del Gobierno del presidente Santos, a los factores anteriores hay que agregar la aguda polarización política, la enconada división de opiniones sobre el proceso de paz y el posconflicto y, como resultado de estos hechos, el clima de fuerte pesimismo y desaliento que hace que la conclusión de esta administración sea particularmente lánguida.

La fatiga y el desgaste de un gobierno traen consigo, en cualquier circunstancia y en cualquier lugar, riesgos y peligros para el manejo de los grandes problemas del país. La historia nos muestra ejemplos de ello en numerosas esferas. Por esta razón, el final de las administraciones de los presidentes Lleras Restrepo, López, Turbay, Samper, por mencionar sólo algunos, fue particularmente difícil en materia económica. Las memorias y discursos de varios ministros de Hacienda de esas administraciones dan fe de dicha situación que fue heredada por los gobiernos siguientes. 

El manejo económico de los próximos meses se concentrará en la realización de esfuerzos moderados para reactivar el pobre crecimiento y, sobre todo, en mantener a raya las crecientes presiones fiscales. Con este propósito, buena parte de las tareas de las autoridades tendrá un carácter meramente defensivo. Se enfocarán en impedir que las demandas provenientes del mismo Gobierno, así como las que llegan de los paros y de ciertas exigencias de sus aliados políticos, se traduzcan en mayores compromisos de gasto y den al traste con las metas fiscales.

Un período especialmente arriesgado tendrá lugar en el segundo semestre cuando el Gobierno impulse en el Congreso varias leyes clave para el posconflicto. Es posible que en ese momento aparezcan presiones y exigencias, incluso de los miembros de su propia bancada, para que, a cambio de su ayuda, se aprueben nuevos gastos y compromisos presupuestales que excedan las posibilidades fiscales. Ese será el momento de la resistencia, clave para el futuro económico, el que determinará cuál será la salud fiscal de la economía que recibirá el Gobierno que empieza en agosto de 2018.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar