La sin salida de Venezuela

Salomón Kalmanovitz
27 de enero de 2019 - 08:06 p. m.

Antes de la hegemonía de la derecha internacional liderada por Trump, el principio de la no intervención era relativamente respetado y se veía mal que un país o grupo de países buscara abiertamente un cambio de régimen en otro país. Esta vez bastó que varios gobiernos latinoamericanos de esa filiación y el mismo Trump, tibiamente secundados por Europa, apoyaran a la oposición venezolana para que se desataran una serie de medidas que agravan en grado sumo la crisis del vecino país. Entre otros, los depósitos del gobierno de Maduro en bancos internacionales, incluyendo las reservas en oro confiadas al Banco de Inglaterra por US$1,200 millones, pueden pasar a disposición del gobierno paralelo de Guaidó.

Es de dudar que Trump se meta en el pantano de una nueva intervención militar en América Latina o en cualquier otro país, ya que las fuerzas armadas de Venezuela cuentan con 250.000 hombres equipados con armas rusas y con una milicia popular de más 1'000.000 hombres que actúa como fuerza paramilitar contra las protestas civiles; además, Trump está desesperado por salirse de Siria (donde EE. UU. hizo presencia con solo 5.000 hombres) y de Afganistán.

Lo que sí puede hacer es confiscar los activos del Estado venezolano en Estados Unidos, incluyendo la cadena de estaciones de combustible Citgo, y puede además impedir que trate su crudo pesado en las refinerías del Golfo de México. Ello obligaría a Maduro a enviar petróleo sin refinar a China y a la India, sus mayores mercados de su producción de 800.000 barriles diarios, una cuarta parte de lo que extraía en 1999, año cero del chavismo.

El socialismo de Chávez comenzó bien, con un aumento de los gastos sociales del 28 % al 40 % del PIB, la organización de 100.000 cooperativas en propiedad de 700.000 trabajadores, el petróleo llegó a US$130 el barril y hubo plata para todo. Pero el exceso de gasto público creó crecientes déficits, especialmente cuando cayó el precio del petróleo, que se enjugaron con emisión primaria de dinero. La inflación se disparó, a lo que siguió el control de precios que creó desabastecimiento y protestas, enfrentadas con creciente represión. Las cooperativas fueron entregadas a los compinches del Partido Socialista Unido, que las malversaron. Se provocó el colapso de los servicios de energía, acueducto y hasta de la distribución gratuita de gasolina. Se extendió así el hambre, la ausencia de medicamentos, el crimen y la expulsión masiva de población que tanto nos está afectando. Se trata de la destrucción de la democracia por un régimen cada vez más autoritario.

Las manifestaciones de respaldo a la oposición encabezada por la joven figura de Guaidó fueron masivas, contándose por millones en la capital y en el resto de las ciudades del país, frente a las raquíticas de los seguidores del Gobierno, que son enlazados por el carné de la patria, llave de los mercados de granos básicos y de acceso a los servicios sociales. La extendida cleptocracia y los funcionarios incompetentes, pero leales, han acumulado fracaso tras fracaso. Todo ello ha socavado la autoridad de Maduro y puede generar un cambio en la cúpula del régimen, pero sin reemplazo del mismo, lo que puede intensificar el éxodo de población desesperada.

La tragedia del socialismo del siglo XXI es que ha arruinado las vidas de millones de ciudadanos y le ha entregado a la derecha internacional las banderas de la democracia y de la prosperidad de los pueblos.

 

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