La sombra

Lorenzo Madrigal
08 de julio de 2019 - 05:00 a. m.

Un tío enfermo me decía: vuelve a verme pronto, porque si te demoras, sólo encontrarás mi sombra. Triste, desolador. Es mensaje válido para muchos de nosotros. Acostumbro repetir que de los amigos que dejamos de ver nos llega retrasada la noticia de su muerte.

Con la sombra se hacen muchas frases, con distintas acepciones, no todas trágicas. Hay la sombra acogedora del árbol amigo, de aquellos que en tierras cálidas prolongan sobre la acera la sala de la casa. Para los pintores —me lo enseñaba Gómez Campuzano— es de gran mérito la llamada iluminación de la sombra, que consiste en dejar ver distintos elementos como figuras, facciones, recintos, en la penumbra del claroscuro.

Estar a la sombra es también hallarse acogido a la protección o a la seguridad que puede brindar un tercero. Es el caso, cuando The Economist sugiere que mucho mejor le podría ir al presidente Iván Duque si renuncia a estar a la sombra del expresidente Álvaro Uribe. Lo que difícilmente puede evitarse, por la preponderancia misma del expresidente, que tuvo la mayor acogida en su mandato doble y porque habiendo escogido un candidato entre los suyos, se lo recomendó a la opinión diciendo que ya hacía pinitos “él solito”. Ingenua manera de infantilizar la política desde el más alto nivel.

Ser escogido por algún jefe epónimo no es raro ni infrecuente, más aún, es indispensable. Quién convalidó a López sino Olaya, quién a los presidentes conservadores anteriores sino el arzobispo Herrera Restrepo, quién al propio Rojas, pese a dictador, sino Ospina, quién a Pastrana Borrero sino Lleras y siguen más firmas. Y todos han de quedar agradecidos a otros más poderosos que los precedieron o resuelven enfrentarlos con lo que se ganan el mote de traidores, que los acompañará siempre. Y ejemplos hemos visto.

Dentro de límites aceptables, un presidente novel (vocablo antiguo, de acento agudo, distinto de Nobel) puede y debe aconsejarse de “ancianos prudentes”, y en cuanto a la política, como lo ordena la ley, ha de permanecer en línea con sus electores, a los que no debe traicionar. El problema en los días que corren es que a Uribe han terminado odiándolo los mismos que lo exaltaron, los que lo hicieron perenne y lo malacostumbraron al mando único. No cabe imaginar que alguien de su cuerda y nombramiento pueda apartarse de sus criterios. Aunque a la verdad podría hacerlo, ojalá sin ganarse la oposición de su propio partido.

***

Llegar a la primacía del poder a cualquier edad y durante cualquier tiempo es honor altísimo. Si además se cuenta con un período fijo y con todas las atribuciones propias del cargo, quedan abiertas muchas posibilidades, que estoy seguro van a aprovecharse en este caso, a lo largo de un mandato que será normal, no prolongado con arbitrariedad.

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