Yo soy como el picaflor

La Torre de BaBöll

Ricardo Bada
22 de diciembre de 2017 - 02:00 a. m.

Cuando se cumplen cien años de su nacimiento (21.12.1917), han pasado 32 años, cinco meses y cinco días desde que murió, el 16.7.1985. Son nada menos que 11.844 días que nos están faltando la presencia y el magisterio de Heinrich Böll, ese Don Enrique (como siempre lo llamé) que cuando platicaba con alguien, con su voz ahumada por miles de cigarrillos, acostumbraba mirar a los ojos de su interlocutor y preguntarle: “¿Me comprende?”. Hablar de él, y más al hacerlo como lo hago, desde Colonia, su ciudad natal, a la sombra de una catedral que “tiene tanto a la vez de piedra y nube”, entraña declararse habitante de la que bauticé como “la Torre de BaBöll”: la distopía no ficticia ni futura, de gente que nos criamos mentalmente aprendiendo de la palabra de Böll.

Resulta difícil explicar lo que significó para Alemania. Él mismo rechazaba que se le considerase “la conciencia” del país. Pero, nominalismos al margen, era una conciencia lúcida y combativa, que no escatimaba ni esfuerzos ni su precioso tiempo para apoyar y defender las causas que consideraba justas. Y lo eran, y es preciso y doloroso decirlo, en muchos casos lo siguen siendo.

Amén de ello fue un grandísimo escritor, merecido Premio Nobel en 1972. Autor de obras maestras como Opiniones de un clown, Billar a las 9:30, Retrato de grupo con dama, y una joya imperecedera, la implacable denuncia del periodismo amarillista que es El honor perdido de Katharina Blum, un texto que impacta como una tragedia griega.

En su casa, gracias a dos de sus nueras, ecuatorianas, el segundo idioma era el castellano, y don Enrique fue uno de los pocos autores europeos que conocían la literatura escrita en nuestro idioma, a ambos lados del Atlántico. Por lo que se refiere a España, creo que su bagaje se limitaba al Quijote, la obra de santa Teresa y las relaciones de la Conquista. Pero en cuanto a la literatura latinoamericana, bien que la conocía y la apreciaba. En una entrevista que le hice en noviembre de 1982, me dijo al preguntarle su opinión acerca de la obra de García Márquez:

“La considero un fenómeno excepcional, por cuanto en ella coinciden plenamente lo que llamamos compromiso y lo que llamamos poesía. Esa distinción tan específicamente burguesa entre literatura comprometida y dizque pura, que a mí me parece esquizofrénica, es algo que no existe para nada en su obra, ambos elementos conforman una unidad, y en ese sentido configuran un mentís total a la separación en literatura de uno y otro tipo. Eso me parece excepcional en él, porque él es total en ambas direcciones”.

 

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