La verdad en tiempos de las emociones

Luis Carlos Vélez
26 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

Cada vez que escribo esta columna pasan por mi mente algunos de los comentarios en redes que, pienso, leeré una vez salgan publicadas estas líneas. Debo confesar que me da un poco de rabia conmigo mismo porque el ejercicio de opinar y hacer periodismo debería ser lo más lejano de los concursos de popularidad; pero qué le vamos a hacer, soy humano y es imposible abstraerme de mi condición, o mejor, de nuestra condición. Habiendo dicho esto, estoy seguro de que vendrán insultos, amenazas y hasta señalamientos de muchos, incluso de mis colegas, que en su mayoría han tomado una línea clara frente al tema al cual me voy a referir. Pero, de nuevo, este ejercicio no es el de las relaciones públicas o el de las posturas fáciles, pues si todos pensamos igual y no cuestionamos, estamos inevitablemente corriendo como borregos hacia el mismo redil.

Acá va: no creo que Álvaro Uribe Vélez deba terminar en la cárcel tras su indagatoria ante la Corte. No estoy seguro de que existan pruebas irrefutables sobre su supuesta participación en el cambio de versión de testigos en el caso de paramilitarismo contra él y su hermano. Lo digo basado en que los colombianos hemos visto solamente una parte de los argumentos con los que se construye la hipótesis en su contra y es innegable que hechos, a lo menos cuestionables, han ocurrido en la construcción de esta narrativa. Los ejemplos son las chuzadas por la confusión con el número de su celular, la filtración de audios de todo tipo a la prensa y, además, evidentes errores en las transcripciones de las conversaciones telefónicas que realizó el CTI frente al verdadero contenido de las mismas. Esa es la verdad.

Creo, eso sí, que la Corte debe actuar con toda firmeza basada en sus propios e independientes hallazgos, sean cuales sean. La altísima entidad no debe dejarse llevar por estas letras ni otras que tengan más peso y obviamente más clics o visibilidad; debe actuar en completa observación de la ley, la independencia y la objetividad. Pero lo más importante: debe entender su responsabilidad frente a uno de los hechos más severos de nuestra historia reciente: la llamada a indagatoria a un expresidente de la República. No es un tema menor, ni un concurso de popularidad.

Es importante advertir que la Corte también llega a estas instancias luego de una serie de heridas autoinfligidas que la tienen desprestigiada ante la opinión pública. Me refiero a sus excesivas garantías a un guerrillero narcotraficante, ahora con circular roja de Interpol, como Jesús Santrich, y al escándalo del cartel de la toga, que genera indignación nacional al ver cómo uno de sus posibles protagonistas, el desvergonzado Francisco Ricaurte, vuelve a la libertad por el monigote en que se ha convertido la figura del vencimiento de términos.

Además, la Corte tiene en sus manos lo que mal podría ser el resumen del proceso de paz: un país que suelta a un reincidente y probado narcoguerrillero y llama a indagatoria a uno de los expresidentes que más combatieron la insurgencia en ejercicio.

Vivimos en momentos en que el surgimiento de la verdad se hace más difícil por el advenimiento de los tiempos de las emociones. Cuando no había redes sociales, la mayoría de los debates se hacían en el marco de las pruebas, la argumentación y los buenos análisis; era lo que se encontraba en la prensa y era lo que el público leía. Hoy, en momentos de Twitter, Facebook, Instagram y Whatsapp, lo que se consume y multiplica son las pasiones y la emotividad. Vender emociones es lo que piden los ejecutivos y asesores de medios, pero desde el periodismo no debemos caer en esa trampa, hay que apostarle a la razón. Por eso escribo lo que escribo, así me caigan con todo desde la emoción.

P.D. Es hora de que el expresidente Uribe cumpla su promesa familiar de no lanzarse a un cargo público nuevamente. Creo que debería seguir el ejemplo de su sucesor y contradictor, Juan Manuel Santos. El país merece pasar la página y enfrentarse con nuevos protagonistas y miradas al futuro, uno que se debe construir entendiendo que avanzar es también aprender a soltar.

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