Las cosas sí son lo que parecen

Isabel Segovia
17 de abril de 2019 - 05:00 a. m.

Nada como los prejuicios para afectar la convivencia, contribuir a las divisiones y generar odios absurdos que han llevado a la humanidad a persecuciones irracionales e injustas contra grupos de personas, por su raza, orientación sexual o creencias. Por nuestros prejuicios, estigmatizamos y emitimos juicios de valor poco sustentados. Repetimos sin pensar frases para descalificar, como que los costeños son perezosos, los paisas son mafiosos, los cachacos son antipáticos; o nos describimos como una nación violenta, machista, mestiza, católica y conservadora. Sin embargo, somos mucho más y mucho menos. Si profundizamos utilizando la razón, la capacidad de análisis, leyendo, estudiando y observando, las cosas sí son lo que parecen, pero no lo que aparentan superficialmente.

Fue Marruecos el que me llevó a reflexionar sobre los prejuicios. Me fui preparada para conocer un país árabe con la falsa perspectiva occidental de pensar que todo lo que es musulmán es árabe y resulta que no es así, del mismo modo que no todo lo indio es hindú. Marruecos es un país africano (obvio, pero no tan obvio), cuyos habitantes en su gran mayoría son musulmanes. La religión es una característica importante, pero no se siente impuesta y en ningún momento su práctica es incómoda para sus visitantes no musulmanes. Iba, también, con prevenciones sobre la condición de las mujeres y me sorprendió, en lo que alcancé a observar viajando, que Marruecos no aparenta ser más discriminatorio que un país como Colombia. Las mujeres parecen libres en la forma de vestir, de interactuar con los hombres, de trabajar y de estudiar. Como mujer me he sentido más acosada y menos tranquila viajando en culturas más parecidas a la nuestra. Así mismo pensé que iba a un país inseguro y autoritario, y resultó ser más bien tranquilo y pacífico, que no se encuentra militarizado. En otras palabras, los marroquíes no son extremistas, terroristas, ultraconservadores, ni excesivamente machistas en el contexto regional, como sería fácil estigmatizarlos.

Adicionalmente, la influencia de esa civilización sobre la nuestra ha sido de suma importancia. Han hecho aportes invaluables a Occidente, los cuales han contribuido significativamente a lo que somos, como la arimética, la astronomía y las bases de la medicina. Además, no deja de sorprender el parecido que tienen con el sur de España y con Colombia: el color y la apariencia de sus habitantes, el aporte al castellano y a la arquitectura, para mencionar solo algunos. En realidad, somos mucho más cercanos a ellos de lo que pensamos.

Nos llenamos de prejuicios y todo lo que desconocemos se colma de lugares comunes. Sin embargo, mirando a fondo resulta que no somos tan disímiles. Somos los mismos, una misma especie que se ha cruzado varias veces en distintos caminos. Los exámenes de ADN para saber de dónde vienen nuestros ancestros lo comprueban. Al final, los colombianos tenemos sangre indoamericana, europea, judía, árabe y africana. Si encontramos nuestra universalidad en otros continentes, ni hablar de lo que tenemos en común con nuestros países vecinos, de quienes si acaso nos distingue el acento. Si combatiéramos nuestros prejuicios y profundizáramos en el análisis del mundo y su gente, quienes han pretendido controlarnos con odios y divisiones seguramente dejarían de lograrlo.

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