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Las denuncias de las mujeres y el periodismo

Catalina Ruiz-Navarro
02 de julio de 2020 - 05:00 a. m.

La semana pasada la periodista Matilde de los Milagros Londoño y yo publicamos en la revista feminista Volcánicas el reportaje “Ocho denuncias por acoso y abuso sexual contra Ciro Guerra”, en donde documentamos ocho testimonios de mujeres que han vivido agresiones sexuales, en diferentes niveles de gravedad, por parte del cineasta, y los de siete testigos que confirman las denuncias. El reportaje es el resultado de cinco meses de trabajo de investigación en donde recogimos los testimonios y verificamos sus detalles, usando las herramientas de corroboración que nos da el periodismo, para ponerlos al servicio de las víctimas. Con frecuencia se dice que los y las periodistas “damos voz”, pero nosotras no estamos de acuerdo; sabemos que las víctimas tienen voz, lo que hacemos nosotras es darles un espacio seguro y protegido para que ellas puedan contar sus historias.

¿Por qué necesitan un espacio seguro? Porque tienen miedo de su agresor y de las posibles retaliaciones que pueda tomar contra ellas. El acoso y el abuso sexual siempre son en esencia un abuso de poder. A las mujeres no nos acosan y abusan por bobas o poco asertivas. Siempre que podemos decir no o rechazar un avance que no es bienvenido, lo hacemos. El problema son todas esas circunstancias en donde sabemos que una negativa tendrá consecuencias físicas, emocionales o profesionales, y todas esas otras veces en donde, como les pasa a las denunciantes, decimos que no, una y otra vez, pero el agresor tiene suficiente poder para que no tenga que importarle y no se detiene. En esa medida, cada denuncia por agresiones sexuales es una denuncia contra el poder, es una forma de resistencia frente a un sistema que históricamente ha subordinado nuestras vidas y nuestros cuerpos a los hombres. Esas denuncias contra el poder son objeto de interés para el periodismo.

Se ha dicho que las denunciantes son “anónimas”, esto es un error: son fuentes protegidas, y el principio de la protección de fuentes es uno de los puntos de apoyo para que un oficio como el periodismo pueda existir. Se ha dicho que Guerra tomará acciones legales y entonces ellas tendrán que ir a los estrados, pero esto también es falso: nosotras como periodistas no estamos obligadas a revelar nuestras fuentes ni vamos a hacerlo, primero, porque tenemos un compromiso ético con ellas y con nuestro oficio, y, segundo, porque lo único que aportarán sus nombres es el morbo. Los detalles de las agresiones ya están en sus historias y muestran un modus operandi sistemático por parte de Guerra, que va aumentando en violencia a medida que ha aumentado su fama. También se ha dicho que nosotras, como periodistas, estamos vulnerando el derecho de Guerra a la legítima defensa. Esto, de nuevo, es falso: nosotras no tenemos ese poder, tanto así que él se está defendiendo. Tampoco se le vulnera su derecho a la presunción de inocencia, que es un derecho frente a los jueces y juezas y frente al Estado. Yo, como ciudadana, no le debo presunción de inocencia a nadie, y como periodista, después de haber recogido y verificado estos testimonios, tengo todo el derecho a formar una opinión al respecto, así como cada persona que lea nuestro reportaje.

Se ha dicho que para poder creerles a las víctimas ellas deben interponer una denuncia judicial, en un país donde el 98 % de las denuncias por violencia de género quedan en la impunidad. Pero cada mujer tiene derecho a la libertad de expresión y derecho a contar sus historias de vida en el espacio que quiera. Decir que las mujeres solo pueden hablar de la violencia sexual que han vivido frente a un juez para que sea válida su queja es simplemente otra estrategia para silenciarnos a todas. Como dijo el editorial de este periódico: “Si bien no es juez, el periodismo es un espacio idóneo para que las víctimas de la violencia sexual cuenten sus historias, en vista de la comprobada incapacidad del sistema judicial para romper la abrumadora impunidad de estos casos”.

 

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