Las formas del mal

Javier Ortiz Cassiani
01 de abril de 2018 - 02:00 a. m.

En septiembre de 2014, el senador Iván Cepeda protagonizó un debate sobre parapolítica en el Congreso que empezó dedicando a las víctimas del paramilitarismo. Los que vimos la transmisión en directo nos percatamos de la atmósfera tensa que se respiraba en la sala. Los múltiples intentos de saboteos e interrupciones daban la impresión que el debate no llegaría al final. La incomodidad de la bancada del Centro Democrático era evidente, exhalaban un turbio nerviosismo y no era para menos, el debate involucraba directamente al senador Álvaro Uribe Vélez y sus presuntas relaciones con el paramilitarismo.

Cepeda logró hacer toda su intervención y al final recordó que a la fecha existían 84 acusaciones contra Uribe ante la Comisión de Acusaciones de la Cámara, siete investigaciones preliminares en la Fiscalía General, al menos una investigación preliminar ante la Corte Suprema de Justicia, una querella en su contra en un juzgado de instrucción de Madrid (España), y señalamientos de unos 24 exparamilitares.

Ese mismo día, quizá motivado por su acostumbrado mal carácter, el senador Álvaro Uribe se apresuró a ampliar la denuncia en contra de Iván Cepeda en la Corte Suprema de Justicia por la presunta compra de testigos falsos.

Sustentó su denuncia con la presentación de cinco testigos exparamilitares que aseguraron que Cepeda los estaba manipulando para que declararan contra él. Pero el tiro le salió por la culata, pues la Corte, en aras de llegar a la verdad, ordenó interceptar varias llamadas y encontró que el que manipulaba testigos era otro.

Según la Corte, el ganadero Juan Guillermo Villegas, al que sorprendieron en las interceptaciones confabulando con Uribe, controla los movimientos de la familia de uno de los testigos que usaron contra Cepeda. Horas de registros de llamadas le permitieron a la Corte cerrar el proceso contra Cepeda y más bien abrírselo al expresidente.

Como es usual en estos casos, Uribe salió al paso con su reconocida estrategia de la histeria por persecución política. Cada vez que la justicia lo pone en la mira, él genera un revuelo en las redes diciendo que los magistrados lo persiguen.

Y bueno, es que la función de la justicia es perseguir a los criminales, eso hay que recordarlo. Sin embargo, hay poca credibilidad frente a que este proceso siga su curso normal, pues con el caso Uribe ya se sabe que solo caen los de su círculo de confianza, pero que a él apenas le rozan las sentencias.

En uno de los audios interceptados el mismo Álvaro Uribe le cuenta a Juan Guillermo Villegas que están siendo interceptados. Es decir, tiene protectores por todos lados, gente que se encarga de ponerlo al tanto. “Esta llamada la están escuchando esos hijueputas”, dice el senador Uribe.

Así se comportan. Como una mafia. Así hablan. Luego se escucha una llamada con mensajes cifrados. La estética mafiosa otra vez. Así intimidan, así desafían. Así juegan a ser ciudadanos decentes. La mafia tiene valores. Vaya que los tienen. Los códigos de lealtad los protegen y, como ya ha ocurrido en nuestro pasado reciente, pueden controlar a todo un país.

En estos días salió la lamentable noticia de la enfermedad que enfrenta Iván Cepeda, por complicado que sea su diagnóstico es poca cosa ante la repulsiva gangrena que está destapando con este proceso. La Corte Suprema está en la obligación de actuar con altura y con precisión de cirujano. El paramilitarismo en este país ha generado más sufrimiento que el cáncer.

 

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