Las protestas que se vienen

Hernando Gómez Buendía
14 de abril de 2019 - 05:00 a. m.

Este Gobierno se estrenó con los dos meses de marchas estudiantiles, que el presidente manejó con gran torpeza.

El primer error de Duque fue no invitar a los estudiantes al encuentro donde les concedió a los rectores $1,2 billones de adición presupuestal. Los muchachos, ofendidos, paralizaron el tráfico y, en vísperas de vacaciones, el presidente les completó los $4,5 billones que quedaron en el Plan de Desarrollo.

Esa debilidad sentó un mal precedente para las fuerzas sociales con reclamos todavía más legítimos y con mayor capacidad efectiva de presión: camioneros, petroleros, campesinos… o hasta indígenas del Cauca, que en efecto protestaron durante varias semanas y ocasionaron pérdidas millonarias. Solo que ahora el presidente no podía mostrar debilidad y las cosas comenzaron a enredársele: dos muertos, bus incendiado, disparos contra policías y soldados, atentado en ciernes contra el propio mandatario… y otro billón de pesos para suspender la minga. Por ahora.

La conducta del Gobierno tampoco le gustó a Uribe, porque “las concesiones hay que hacerlas a tiempo y con cariño”; es decir, no después de vacilar ni porque los pobres tengan algún derecho. De modo que no estamos ante una “diferencia de opinión”, como dicen los del Centro Democrático, sino ante un llamado en regla a la dureza y a un autoritarismo que técnicamente se llama fascista. Sé que esta expresión suena mal, pero no puedo dejar de recordar en este punto las palabras del muy inepto o muy apto ministro de Defensa, que venía de defender los intereses de los importadores y comerciantes de Fenalco e inauguró su cartera con aquello de que solo debían tolerarse las protestas en interés de “todos los ciudadanos”.

Pero sigamos con Uribe, que pudo manejar las protestas sociales a su gusto, porque tenía dos cosas que no tiene Duque: la guerra contra “las Far” que permitía confundir (o confundía) la protesta con la subversión, y la bonanza minera, que el presidente eterno repartió entre el Ejército y el paternalismo millonario que él bautizó como “familias en acción”.

Santos prosiguió con sus familias, pero se le acabó la bonanza y tuvo que acudir a otro sistema: algo así como 40 “mesas de interlocución”, “comisiones” o “espacios de diálogo”, donde sus funcionarios forcejeaban con campesinos, pobladores, indígenas, afros y damnificados por todas las desdichas, llegaban a acuerdos, firmaban, levantaban los paros… y después incumplían. El pobre Duque heredó el regalito.

Y heredó sobre todo dos factores que intensificarán las protestas sociales: el déficit fiscal, que no alcanzó a tapar con su reforma tributaria, se agravó con sus “concesiones” sociales y que en los próximos años apretará más y más el bolsillo de los colombianos. Y el final del conflicto con las Farc, que por fin abrió el espacio para que los movimientos populares se expresen sin que se les tilde ni se les reprima como cómplices de la guerrilla.

A no ser que la dureza de Uribe y la debilidad de Duque nos lleven al escenario de protestas crecientes y represión creciente. ¡Quedaríamos hechos!

*Director de la revista digital Razón Pública.

 

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