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Las virtudes burguesas

Salomón Kalmanovitz
07 de febrero de 2010 - 10:29 p. m.

DEIRDRE MCCLOSKEY ES UNA PROLÍfica y aguda profesora de economía, historia y literatura de la Universidad de Illinois que siempre se ha distinguido por su heterodoxia y sus desafíos a las convenciones aceptadas en la ciencia económica dominante. Ella también ha incursionado en la retórica de la economía y mostrado cómo sus formas de argumentar son cerradas y sectarias.

Recientemente McCloskey ha publicado un libro en el cual afirma que el capitalismo ha producido la mayor riqueza conocida por la humanidad, de un ingreso diario por habitante (promedio mundial) de 3 dólares en 1800 a 30 dólares hoy. El constante cambio tecnológico ha abaratado enormemente los productos y además ha propiciado mejoras sustanciales en la calidad de los bienes producidos. Ella está convencida de que la profundización de los mercados va produciendo también las virtudes burguesas que define como libertad, dignidad y prudencia.

La libertad religiosa liberó a la ciencia de la autoridad teológica y permitió el florecimiento de la investigación, de su aplicación por las ingenierías a la producción y al surgimiento de las grandes universidades basadas estrictamente en el mérito. No es casual que la libertad floreciera en los países de la reforma protestante: Holanda, Inglaterra y el norte de Europa y, más adelante, los Estados Unidos. Se organizó un medio en el que las mejores mentes se dedicaron a resolver problemas prácticos, dejando atrás la magia, los milagros y la superchería; pudieron desarrollar entonces la física, la matemática, la química y, sobre todo, la biología. Cada una de ellas contribuyó a la revolución industrial de distinta manera, produciendo un creciente flujo de innovaciones tecnológicas.

La libertad política dio lugar a la competencia partidista y a la transacción pacífica de los conflictos en escenarios parlamentarios. La división de poderes y la rotación del Ejecutivo fueron centrales para evitar el autoritarismo, las dictaduras que destruyen la libertad. Esto produjo la gran estabilidad política de que disfrutaron los países aludidos durante más de dos centurias y que fue el trasfondo de su prosperidad creciente y sostenida.

La independencia de la justicia permitió que floreciera el principio de la igualdad de los ciudadanos frente a la ley. Asimismo, la libertad económica indujo una mayor competencia y proliferación de empresas que se vieron forzadas a innovar constantemente bajo pena de perecer, lo cual elevó la productividad y, con ello, la riqueza de esas naciones.

La dignidad burguesa se derivó de la honorabilidad aristocrática que implicaba honrar la palabra, cumplir estrictamente los contratos en el caso burgués. La honestidad del empresario era su carta de presentación, la base de su reputación y de que los clientes y la sociedad confiaran en sus prácticas y en sus productos.

Por último está, según McCloskey, la virtud de la prudencia, de la austeridad, de estar descontando el futuro con anticipación, con el cálculo más exacto posible de riesgos para poder superarlos. Tal virtud permite la longevidad de las empresas y su constante mejora a lo largo del tiempo.

Falta por ver si los mercados por sí mismos producen las virtudes burguesas. Nuestro caso colombiano es una elocuente prueba de que tal proceso no se cumple, que se necesitan cambios sociales, políticos y culturales profundos para dar lugar a las virtudes burguesas y al desarrollo sostenido.

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