“Le acepto su perdón”

Juan Felipe Carrillo Gáfaro
27 de abril de 2019 - 05:00 a. m.

Vale la pena ver el video en el que Balbina Niño, víctima de la masacre de Caño Jabón (corregimiento del tristemente célebre Mapiripán), perdona al exjefe paramilitar Manuel de Jesús Pirabán, conocido en la época bajo el alias de Jorge Pirata. Confieso que mi primera intención al ver el video estaba, de manera equívoca, más centrada en analizar las reacciones del señor Pirabán: no solo tenía ganas de verlo hablar, de verlo incómodo, de verlo arrinconado y humillado, sino también de ver el mal en sus ojos, de ver la barbarie, de ver cómo se comporta frente a sus víctimas un ser humano capaz de cosificar a otro hasta llevarlo al exterminio. Mi deseo era verlo bajar la cabeza e identificarlo como otra de esas caras visibles y responsables de tanto dolor.

Todo lo anterior lo busqué con ciertas ganas de justicia interior, de absurdo egoísmo, de irrisoria venganza, creyendo que al ver a ese ser humano disminuido y atrapado me iba a sentir mejor. Sin embargo, confieso también que por más que lo intenté no pude encontrar, para sorpresa mía, nada de lo anterior. La violencia termina y la construcción de una paz positiva inicia cuando Balbina Niño pronuncia las palabras: “Le acepto su perdón” (2’49’’). La sinceridad en sus ojos, el desgaste por tanto sufrimiento, la fuerza de la resiliencia en medio del desastre, se resumen en esas palabras tan sencillas en la forma, pero tan complejas en el fondo. Los tímidos aplausos del auditorio y de las personas que acompañan a Balbina Niño en la mesa anestesian un poco el instante: debe ser difícil darse cuenta en el momento mismo lo que está pasando realmente y entender de buenas a primeras el peso de esas palabras en un país como el nuestro.

Lo que viene a continuación es casi más sorprendente. Busco desde el minuto 3’23’’ al monstruo, a ese salvaje que ayudó a cometer tantos crímenes, a torturar tanta gente, a violentar tantas mujeres, a imponer la fuerza a cualquier precio, y no lo encuentro. Dejo pasar unos segundos más y sigo sin encontrarlo, y se termina el video y me quedo con la absurda preocupación de no haberlo visto realmente. Me duele aceptar que ese ser humano que habla de manera pausada y se esfuerza por recordar y aceptar lo sucedido haya podido hacer tanto daño. Me cuesta trabajo reconocer que alcanzo a ver en él a un colombiano común y corriente, a uno como cualquier otro, a una persona que, por diferentes y complejas razones, se convirtió en asesino. ¿Cómo se llega hasta acá? Es la misma pregunta que se hizo el historiador Christopher R. Browning en su magistral libro Aquellos hombres grises sobre la masacre de 1.500 judíos en el pueblo polaco de Józefów, en julio de 1942, a manos de una unidad formada por personas del común (“hombres ordinarios”). Cuando de manera casi milagrosa su comandante, el mayor Trapp, les dio la opción de no participar en la matanza, solo unos pocos decidieron no hacerlo.

No puedo con exactitud describir la incomodidad a la que terminé enfrentado cuando no encontré en el video lo que andaba buscando. Pensé que si muchas de las víctimas directas del conflicto armado colombiano, como Balbina Niño, han tenido el valor y la entereza de aceptar el perdón de sus victimarios, nosotros también podemos hacerlo: máxime si por circunstancias de la vida se ha tenido la suerte de no vivir el conflicto de manera tan brutal y directa. Es importante que ese esfuerzo por aceptar el perdón, cuando se pide con sinceridad, esté muy presente en nuestras vidas: no importa si se trata de la guerrilla, de los paramilitares, de algunos miembros de las fuerzas militares o de esos políticos que desde tiempos inmemoriales nos metieron en esto. No sé cómo se hace para perdonar en casos tan extremos. Lo que sí percibo con claridad, al ver los ojos de la señora Niño y del señor Pirabán, es que debemos al menos intentarlo.

* Consultor e investigador en educación.

 

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