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Lecciones de Reagan, para mi prima

Martín Jaramillo
19 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

Al hablar con mi prima, he recordado que los niños tienen una atracción natural por los superhéroes. Cuando se conoce poco del mundo, una figura todopoderosa resulta una guía muy útil: siempre es más fácil una visión sencilla y simple del mundo, que cuente una historia de buenos y malos donde un salvador nos libera de todos los males. A veces los adultos se comportan como niños, convencidos de la infalibilidad de sus ideas políticas y se hacen al ideario de que quien no está en campaña política con ellos hace parte de los “malos”.

Conocer a mi prima menor ha sido una oportunidad de volver a pensar en héroes, y también de advertirle cuando un político caudillista pretenda posar por uno. Yo con los años le he perdido fe a los políticos, a su capacidad de ejecutar sus buenas intenciones y a las soluciones que plantean, que muchas veces terminan siendo peores que el problema. Supongo que con los años a mi prima le pasará lo mismo, mientras tanto quiero que conozca a quienes fueron mis ídolos: Margaret Thatcher y Ronald Reagan.

Ronald Reagan llegó a la Presidencia de EE. UU. en el año 1981 con la idea de un gobierno limitado y mercados libres. Reagan, como muchos, empezó su juventud política en la izquierda, haciendo campaña por el Partido Demócrata. También, como muchos, con los años fue girando a la derecha: terminó siendo candidato del Partido Republicano, un fiel creyente en la libertad del individuo y un escéptico natural del gobierno. 

Diez minutos después de ser elegido presidente, Reagan insistió: “El gobierno no es la solución a nuestro problema, el gobierno es el problema”. En su mandato se redujo la inflación que por años se devoró el poder adquisitivo de los ciudadanos, se redujo el desempleo y nombró a la primera mujer en la Corte Suprema de EE. UU. Duque quizás no tenga la oratoria, el carisma o la valentía de Reagan, pero podría aprender de la generosa aprobación que le dio el público por mantenerse fiel a sus principios.

Reagan pasó dos reformas tributarias con buen apoyo del Congreso. En su primera mostró voluntad política e hizo el recorte de impuestos más grande en la historia de EE. UU., una disminución sustancial del gasto y la eliminación de regulaciones innecesarias. En la segunda, Reagan no buscó recaudar ni más ni menos dinero (revenue neutral), pero sí simplificó el sistema tributario dramáticamente, eliminó las deducciones, créditos y exenciones tributarias que muchos vividores habían conseguido influenciando a políticos con dinero.

Duque, como Reagan, tuvo su oportunidad de bajar drásticamente los impuestos y no lo hizo. Terminó con una reforma que aumentó, en balance, los impuestos, y dilapidó todo su capital político en el proceso. A lo mejor se perdió la lección de la primera reforma de Reagan, pero de su segunda todavía podemos aprender algo: si Duque elimina los regalos tributarios (a los hoteles, “la economía naranja”, las inversiones en el campo, etc.), a lo mejor podría aumentar la equidad entre contribuyentes, aumentar su popularidad y pavimentar la ruta para bajar impuestos en el futuro.

Eso, prima, eso hubiera hecho Reagan.

 

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