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“A rey muerto...”

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Giovanny Oliveros P.
19 de septiembre de 2022 - 05:00 a. m.
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En respuesta al editorial del 10 de septiembre de 2022, titulado “Muere Isabel II, ¿sobrevive la monarquía?”.

Es difícil hablar de “antieditorial” cuando el texto que lo origina es lo bastante sutil para desarrollarse entre preguntas e insinuaciones. Así, quizá los siguientes párrafos sean, más bien, extensión o interpretación —aunque con intenciones menos condescendientes—.

Sin duda, Isabel II significó mucho en la política del siglo XX —no sé qué tanto en el XXI—. No es necesario repetir las razones. Su reinado pareció darle ciertos respiros, esporádicos, a la ya agónica dignidad de aquello que representaba. Es ahora cuando podría decirse que el Reino Unido está desaprovechando una oportunidad histórica: la de darle sepultura definitiva a la tradición monárquica, hacerlo tras la despedida de una líder lo bastante diplomática e icónica, a la que aún gran parte de su pueblo consideraba referente, pues parecen tener expectativas frágiles sobre quien entra a reemplazarla, como si entendieran, entonces, que la pantomima va en declive. Suspender en la cumbre y no esperar el cataclismo. Que trascienda un buen recuerdo para la cultura e íconos británicos. Sin embargo, ¿por qué insisten en seguir siendo súbditos? Porque, claro, esa es otra cara de su sistema de gobierno, aunque tengan parlamentarios y debates; además, quien ostenta la corona es a la vez cabeza de la Iglesia. Ni hablar de los salarios: ¿hacemos un paralelo con nuestra burocracia?.

Es que la palabra “súbdito”, por etimología, implica estar subordinado, subyugado, estar “debajo”. Aquí vale la pena citar una columna de El País, de marzo de 2008, firmada por Timothy Garton Ash: “Estoy contento de ser ciudadano británico (...) Sin embargo, no me siento súbdito de la reina; no porque tenga nada contra su majestad personalmente, sino porque me niego a ser súbdito de nadie”. En los tiempos que corren, la idea misma de humanidad implica superar épocas, romper cadenas, sobre todo las simbólicas, empezando, claro, por las que implican dominio territorial: aunque la historia oficial le ponga niebla y quieran decirle “Mancomunidad”, sigue existiendo el Imperio británico. El sustantivo no deja de ser aterrador a pesar de los adornos. El balance no es solo en pérdidas humanas, sino también de autonomía, historia, cosmovisiones, idiomas, en fin.

Una larga discusión.

¡Cuánto nos gustan los cuentos de hadas! Deberíamos dejar allí los arquetipos de monarcas sabios o tiranos, de caballeros andantes —con perdón de don Alonso Quijano—, duques, ladies y lores. Tal vez quedarnos con los bufones que nos señalan la realidad. Ojalá también pudiéramos congelar allí a los invasores y alfiles que solo intrigan.

Saber cuándo recurrir a todos ellos para que la ficción nos salve, no para que sea manipulada y nos someta.

P. S. Cuando alguien habla de países subdesarrollados, aunque entienda su punto y pueda contradecirle, suele asaltarme la pregunta: ¿no es en el Viejo Mundo donde todavía hay reyes, reinas y falta escribir algunas constituciones?

Por Giovanny Oliveros P.

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