Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En respuesta al editorial del 6 de diciembre de 2024, titulado “Colombia no debe estar en la posesión de Maduro”.
El editorial es ahistórico einconsistente. Se empieza por decir que si no rompemos relaciones diplomáticas con Venezuela incurriremos “de facto en defender una dictadura que traicionó a su propio pueblo”; que por las cuentas publicadas por la oposición es evidente el fraude electoral y que el presidente Petro tiene razón cuando dice que “el pueblo ya no los quiere”; para terminar implorando por una mayor agresividad y contundencia en la política internacional del país que se concretaría en no asistir a la posesión de Maduro ni siquiera con la presencia de nuestro embajador.
La ruptura de relaciones diplomáticas es una gravísima decisión de política internacional que se justifica claramente cuando Israel lanza toda su fuerza militar destructiva contra Gaza, pero no cuando en un país vecino habitado por una nación hermana se roban unas elecciones.
Los gobiernos suelen tener sus razones para robarse las elecciones como muchos dicen, y me cuento entre ellos, que ocurrió en Colombia cuando el gobierno Lleras Restrepo el 19 de abril de 1970 se robó las elecciones que había ganado el General Gustavo Rojas Pinilla para erigir como su sucesor al Pastrana Borrero. Dígalo si no el ministro de Gobierno de la época, Carlos Augusto Noriega, que cuando Pastrana Borrero dijo haberse desempeñado como presidente legítimamente elegido de este país, Noriega le respondió así: “¿cóoooomo? si mire el fraude electoral que hicimos por usted”, supuestamente con los votos de las embajadas y del departamento de Nariño. Hay un libro de Noriega a este respecto que acabo de echar de menos en mi biblioteca. Pero entonces nadie dijo nada, supuestamente por la doctrina Estrada.
La doctrina Estrada la postuló el canciller mexicano Genaro Estrada al decir que el reconocimiento de gobiernos extranjeros no implica juicio sobre su legitimidad. En otras palabras, que ningún Estado puede inmiscuirse en los asuntos internos de otro.
Afortunadamente y con el liderazgo de México esta doctrina tuvo fuerte vigencia en América Latina hasta cuando Chile y Colombia cayeron en los gobiernos ultraderechistas que se inventaron el embeleco del cerco diplomático, cumpliendo como recaderos del primer gobierno de Trump para sabotear al gobierno de Venezuela.
Hay países, hay Estados, hay gobiernos y hay naciones que son concepto de sociología política que conviene precisar. Las relaciones diplomáticas, si bien se formalizan destacando embajadores y funcionarios de cada país ante el gobierno de otro, aprovechan es a la cultura, al comercio, a la solidaridad y a la hermandad entre las naciones. En el caso de Colombia y Venezuela, esa relación es viva, interactuante, permanente y dinámica a lo largo de 2.000 kilómetros de fronteras terrestres, marinas y submarinas, y de 200 y más años de vida en común.
Por ello resulta un exabrupto cualquier llamado que se haga a este gobierno para que incurra en las mismas baladronadas del anterior, al que le faltó tiempo para prestarle el territorio y las bases de la patria a los norteamericanos, muy interesados en repetir lo de Cuba, Panamá, México Nicaragua, Granada y un largo etcétera.
Por Miguel Quiñones Grillo
