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Humanidad para la política

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Octavio Valcárcel Botero
10 de noviembre de 2025 - 05:00 a. m.
"En la política, odiar y calumniar al adversario se volvió la estrategia más eficaz y aceptada por una opinión pública carente de criterio y razón": Octavio Valcárcel Botero.
"En la política, odiar y calumniar al adversario se volvió la estrategia más eficaz y aceptada por una opinión pública carente de criterio y razón": Octavio Valcárcel Botero.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada
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En respuesta al editorial del 2 de noviembre de 2025, titulado “Un básico de humanidad para la política, por favor”.

Al agradecer el espacio del antieditorial generosamente otorgado por El Espectador para la expresión de sus lectores, me permito respetuosamente participarles mi opinión, disímil en el contenido del editorial del domingo.

La política, como oficio, si es ejercida con vocación, honestidad, sensatez y conocimiento, es bien recibida; de lo contrario, es la actividad más despreciable que el ser humano puede ejercer.

La humanidad básica necesaria para esa indescifrable labor que es la política no se la merece, máxime cuando son los mismos políticos quienes, sin escrúpulo alguno y con sus beligerantes discursos, han generado la polarización extrema de nuestra sociedad. En su afán por calmar resentimientos, angustias y necesidades, los ciudadanos toman posición ciega, sin estudio ni pensamiento fundamentado.

La política, vestida por la multitud de gestores estatales, dirige a su beneficio a millones de seguidores y los ubica donde se les permite explosionar sus sentimientos, odios y carencias. Ahí los sitúa, muchos con la máscara del ocultamiento y con la fuerza y el poderío de las masas.

Algunos de estos perínclitos personajes actúan con gran perplejidad y desfachatez, siempre con la diatriba locuaz, dizque para el beneficio de la millonaria comunidad, esperanzada y luego engañada. Son estos —no todos— los personajes políticos en todas sus posiciones: concejales, diputados, alcaldes, gobernadores, mandatarios o, peor aún, candidatos ávidos de llegar al tan codiciado poder, quienes conforman nuestra malograda política.

Son personajes que, en tiempo de elecciones, hacen su aparición desde la sombra, cargados de falsas promesas vociferadas en afrentas y discursillos que se multiplican con destreza por la acción de aparecidos personajes con acaudalado seguimiento en los medios de comunicación masiva, sin control ni responsabilidad, y que en gran número adolecen de sensatez, investigación, veracidad y respeto.

En la política, odiar y calumniar al adversario se volvió la estrategia más eficaz y aceptada por una opinión pública carente de criterio y razón. Son tantos los políticos que, en sus apasionadas intervenciones o sesiones, dirigen con pericia sus palabras y ultrajes hacia nefastos episodios de desprecio, gritería y odio, conduciendo con agresión las deliberaciones y debates a zarandas de insultos hacia el opositor.

En una sociedad como la nuestra, dividida al extremo por la acción de la política, resulta intimidante acrecentar tanto sentimiento radical hacia nuestra comunidad, que en conjunto actúa de manera ciega e irracional, con resultados lamentables por el voraz resentimiento y la abrumadora rabia, sin medir consecuencias.

Humanidad es lo que deben tener los gestores de la política al momento de lanzar sus discursos polarizados y falsos. Es costumbre que el actor de turno levante calumnias al opuesto, sin sustento ni escrúpulo alguno.

Así como decimos “básico” cuando queremos referirnos a un salario, a un procedimiento simple o a un conocimiento elemental, el “básico” para este indescifrable oficio debe existir, pero solo es merecido cuando proviene de actos con respeto, sensatez y honestidad: cualidades que, desde tiempos remotos, son desconocidas por muchos de los actores de esa insensata labor.

La humanidad se otorga cuando la causa es un hecho fortuito que haya causado perjuicio reparable a la sociedad o al oponente. Cuando los engaños o las falsedades son reiterados, no debe generarse humanidad; por el contrario, debe acrecentarse el rechazo y el castigo.

En todas las actividades que ejerce el ser humano con responsabilidad, conocimiento, dedicación y respeto, existe merecida humanidad; pero para este oficio, donde algunos viven del despilfarro, de la acción oculta en beneficio propio y de la insensatez hacia sus seguidores, no debe adjudicarse este sentimiento humanitario. Debe condenarse con las peores actitudes: la indiferencia y el desprecio.

De nuestra política centenaria, miremos el resultado: incontables cinturones de miseria, hambre en las comunidades, inexistencia de servicios básicos y violencia en todas sus manifestaciones. Esa es la “humanidad” que parece querer nuestra nefasta “política”.

Por Octavio Valcárcel Botero

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Rockdrigo(9980)10 de noviembre de 2025 - 04:20 p. m.
Una carta escrita por un ángel en la tierra. Un ángel muy justiciero además. No, no es un opinión que mida correctamente la condición humana.
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