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En respuesta al editorial del 17 de julio de 2025, titulado “El presidente Petro muestra su verdadero rostro”.
Tener oído para la boca del otro implica estar preparados, como ciudadanos, en comprensión lectora. Desafortunadamente, en nuestro país, en las pruebas estandarizadas nacionales o internacionales, estamos en los últimos lugares del concierto de países latinoamericanos en cuanto a la capacidad de comprender textos entre líneas o entender las frases en su contexto.
Generalmente, en este país, en las charlas de cafetín, uno percibe una especie de monólogo cuando, por ejemplo, tres personas se reúnen para conversar: cada una habla de su manía y espera, sin escuchar, que el otro termine pronto para poder intervenir. El primero habla de su amada, el segundo de la armada y el tercero de la última jugada. En ese diálogo de sordos, lo que impera es la incultura ciudadana para aprender de los otros o considerar serenamente su punto de vista.
En este sentido, me refiero a lo acontecido en el Consejo de ministros convocado en la noche del 15 de julio del presente año por el presidente, cuando en un aparte de su intervención dijo: “A mí nadie que sea negro me va a decir que hay que excluir a un actor porno que creó el sindicato de trabajadores sexuales”. Si se lee textualmente, la frase suena desafortunada, pero si la entendemos en su contexto, el sentido es diferente. Textualmente, el presidente debió decir: “A mí ningún afrocolombiano que ha sufrido el racismo y la exclusión me va a decir que hay que excluir a un actor porno que creó el sindicato de trabajadores sexuales”.
El racismo estructural tiene muchos matices y no solo se ha ejercido contra la población negra. En el siglo XIX lo implementaron los ingleses protestantes contra los irlandeses católicos por motivos religiosos. Como no podían hacerlo por el color de la piel —dado que los irlandeses eran más blancos que los ingleses—, el “colorante” que utilizaron fue el religioso. Algo similar sucede actualmente en París, donde en sus suburbios vive mucha población árabe. También ocurrió en América por parte de los castellanos contra la población aborigen, por razones lingüísticas, al considerar que hablaban en una lengua del demonio. Y podría hacerse una larga lista. ¿Acaso no es racismo lo que está haciendo el Estado de Israel contra la población palestina en Gaza, Cisjordania o el este de Jerusalén?
En este país del Sagrado Corazón también son excluidos los homosexuales, porque aún se cree que serlo es una enfermedad, cuando la ciencia ha demostrado que es normal que los seres humanos sean tanto heterosexuales como homosexuales. Lo que no es normal —y sí es una enfermedad mental— es ser racista, en cualquier sentido o connotación.
* Docente, Colegio Miguel Antonio Caro.