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En respuesta al editorial del 26 de junio de 2024, titulado “Assange y la lucha por el acceso a la información”.
La libertad de prensa y de expresión es un concepto sofisticado que va más allá de hackear bases de datos o comprar información para publicar en bruto, sin análisis ni contexto ni considerando la protección de las fuentes y los eventuales inocentes. Este ejercicio periodístico implica tomar datos, construir una historia y publicar para que la opinión pública actúe en el marco de una sociedad democrática.
Un ejercicio así gatilla controles institucionales, judiciales, políticos y electorales para cambiar el comportamiento de los detentadores del poder. Lleva a cambiar a los actores, formular políticas públicas y establecer nuevos accionares en la sociedad. El conocimiento de los poderosos permite, entre otros muchos aspectos, asignar mejor los recursos públicos y cambiar la burocracia. Pero lo hecho por Assange luce vacío. Mucha de la información publicada se hizo sin construir un caso que llevara a cambios profundos. Permitió, sí, construir en el ideario colectivo el cuento fácil de que las instituciones son todas corruptas y están operadas por seres igualmente perversos y corruptos. Por ejemplo, publicar cables de las embajadas de Estados Unidos acerca de la dinámica de la política local, sin considerar que esa es una tarea fundamental y consustancial al ejercicio diplomático, llevó a la gente a pensar que estos gobiernos poderosos intervienen de manera oculta en el ejercicio directo del poder local.
Por otro lado, Estados Unidos alega, con algo de razón, que se afectó su ejercicio legítimo de proteger sus intereses ventilando nombres de personas protegidas. Claramente, un periodista serio debería evaluar si estos intereses son realmente legítimos y se corresponden con una lógica de valores asociados a alguna ética democrática o legalmente conformada. Debería explicarlo a su público y no solo poner una lista. En este sentido, se requirió quizá más trabajo periodístico que permitiera influenciar la toma de decisiones del público.
Otra lección significativa, colateral, es el respeto mostrado por Gran Bretaña al derecho de asilo. Assange estuvo viviendo en la Embajada de Ecuador en Londres por siete años y no se le ocurrió al Gobierno británico entrar a la fuerza a sacar al protegido. Compare este hecho con la actitud reciente del gobierno del presidente Noboa de Ecuador al intervenir violentamente en la Embajada de México para sustraer por la fuerza a un prófugo. Aquí se subraya el avance y la fortaleza de las instituciones y el poder de la ley en uno y otro lado del mundo. En Ecuador una interpretación primitiva sin respeto por normas y compromisos internacionales. En Europa, en este caso, apegado a la ley.
Por último, habría que reflexionar sobre el sustento y la consistencia a lo largo del tiempo de aquellos agentes llamados a brindar apoyo. Durante este lapso, debe preguntarse si el sufrimiento moral, psicológico y económico de Assange y su familia tuvo paliativo en toda la comunidad periodística mundial llamada a cumplir con uno de sus caídos en combate. Me temo que están en deuda.