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En respuesta al editorial del 16 de marzo de 2023, titulado “Colombia-Estados Unidos: de fondo y de formas”.
Me he permitido redactar unos puntos específicos sobre su editorial:
1. La relación diplomática entre Colombia y Estados Unidos no es la misma de antaño. No nos llamemos a engaños: en la actualidad la Administración de Control de Drogas estadounidense no tiene control ni conocimiento razonable de la cantidad exacta de cocaína que se produce en Colombia e ingresa a Estados Unidos para su comercialización. El asunto ha hecho metástasis, toda vez que desde el año 2010 el crecimiento de cultivos de coca en Colombia ha sido exponencial. Y ello con un inadmisible agravante: se diagnosticó debidamente el problema, pero nunca se desplegaron oportunamente las medidas requeridas para mitigar la situación actual.
2. Existe certeza de que Colombia produce el 90 % de la cocaína distribuida en Estados Unidos. Pero se desconoce la cifra exacta —cuantificada en toneladas— que ingresa a ese país. De allí se desprende la preocupación de las autoridades norteamericanas por la excesiva cantidad de cocaína proveniente de Colombia.
3. El Congreso de Estados Unidos (republicanos y demócratas) y el Gobierno Biden comparten el mismo estrés: es menester institucional renegociar las políticas que promueve el presidente Petro en materia de erradicación de cultivos y extradición de narcotraficantes, a quienes, dicho sea de paso, pretenden indultar bajo un uso desproporcionado del principio de oportunidad consagrado en el proyecto de ley de “sometimiento a la justicia para criminales de alto impacto” propuesto conjuntamente por el Ministerio de Justicia y el Ministerio del Interior. ¡Vaya error!
4. En las relaciones diplomáticas no es admisible confundir el protocolo entre países aliados con la agenda recíproca de estos. Una cosa es que el presidente Biden hubiese llamado a congratular al presidente Petro en las 24 horas posteriores a su victoria y otra muy distante de la realidad es que se vaya a tragar el sapo de que el Gobierno colombiano quiera flexibilizar el tratamiento punitivo a los narcos. En términos simples: la alianza y hermandad entre Colombia y Estados Unidos está enlazada a un propósito superior: el compromiso incesante de Colombia para derrotar el narcotráfico. Entonces, ¿será que desatendiendo las recomendaciones de Estados Unidos se conservaría la armonía diplomática que ha imperado entre ambos países durante las últimas cuatro décadas? ¡No, señores!
5. Es cierto que la relación de Colombia con Estados Unidos goza de innumerables oportunidades, pero no es menos cierto que aquellas oportunidades son susceptibles de desvanecerse si Colombia no desarrolla una política antidrogas efectiva y eficiente. Estados Unidos es un país de nobles gestos siempre y cuando su aliado (Colombia) atienda al interés supremo de derrotar la expansión cocalera.
6. ¿Está el Gobierno Petro atendiendo ese llamado de Estados Unidos o, por el contrario, está poniendo en riesgo la armonía diplomática generando tensiones no superables?
7. No hay duda: la labor del embajador Luis Gilberto Murillo ha sido noble, pero la nobleza no preserva la armonía diplomática. Olvídense de lograr alguna eliminación de visa o de contar con algún beneficio especial para la diáspora colombiana si previamente no se demuestra compromiso absoluto para derrotar el malhadado engendro del narcotráfico.