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El Gobierno insiste en seguir la moda verde

Camilo Montes Rodríguez
26 de julio de 2021 - 03:00 a. m.

En respuesta al editorial del 15 de julio de 2021, titulado “Poniéndonos serios en la transición energética”.

Me parece aberrante la política energética del Gobierno y también el reciente editorial del El Espectador celebrándola. Aunque estoy de acuerdo en que los colombianos debemos cambiar la manera en que consumimos energía, no estoy de acuerdo en que nos montemos ciegamente en el bus de la “revolución verde”.

Una razón para esto es que Colombia es y ha sido en toda su historia un país con unas emisiones de CO2 apenas marginales (menos del 0,5 % global), y si hiciéramos las cuentas de los últimos 200 años, estas emisiones serían prácticamente nulas. De modo que sí puede estar muy de moda volverse verde, pero Colombia no necesita hacer sacrificios energéticos, que de cualquier manera tendrían un efecto mínimo en las cuentas globales.

Otra razón es que cualquier país que esté en esta transición necesita un espinazo energético confiable, barato y abundante. Los países europeos tienen energía nuclear para respaldar las fluctuantes energías renovables (sí, incluso Alemania, que se la compra a los franceses). Colombia tiene la energía hidroeléctrica como respaldo, con muchas generadoras en la zona Andina. De hecho, de los grandes afluentes del río Magdalena ya no queda sino el bellísimo río Samaná libre de represas. Ahora bien, uno de los efectos del ineludible calentamiento global podría ser un fenómeno de El Niño más pronunciado, más frecuente o ambos. Si ustedes se acuerdan del apagón del 92 en Colombia, también se acuerdan del fenómeno de El Niño. Las lluvias no llegaron, los niveles de las represas bajaron y el país se apagó. Esto casi se repite en el 2016, cuando el Gobierno tuvo que intervenir Termocandelaria, que no quería operar a pérdida.

Si el país le sigue apostando a la energía hidroeléctrica, está multiplicando su vulnerabilidad energética. Y digo que es aberrante porque en el 2016, cuando estábamos al borde del colapso energético, Colombia exportaba algo así como 90 millones de toneladas de carbón térmico al mercado europeo, suficiente para alimentar 30 millones de hogares europeos ese mismo año. Recordemos que Europa y en general los países desarrollados son enormes consumidores de energía y han estado inyectando CO2 sin ninguna restricción desde el inicio de la Revolución Industrial (hace algo así como 200 años).

De modo que Colombia, con una infraestructura muy débil, con el petróleo agotándose, el gas aún en exploración y, posiblemente, un fenómeno de El Niño más intenso como resultado del cambio climático, se vería abocada a importar gas de EE. UU. a través de las costosísimas regasificadoras en Cartagena y otra que se planea ahora en Buenaventura. Todo, a cuenta del consumidor final. Mientras tanto, las minas de carbón térmico en el valle del Cesar-Ranchería se irían abandonando poco a poco, volviéndose pasivos ambientales inmanejables y negando la posibilidad de generar localmente energía barata, abundante y confiable.

Ya existe tecnología que permite quemar el carbón de manera tan o más limpia que el gas. Pero el Gobierno insiste en seguir la moda verde. La verdadera contribución de Colombia a los problemas globales empieza por frenar la deforestación del bosque primario, cosa que tampoco estamos haciendo.

Por Camilo Montes Rodríguez

 

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