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En respuesta al editorial del 4 de mayo de 2023, titulado “Subsidiar el precio de la gasolina no se justifica”.
En 1958, Mao Zedong declaró enemigos públicos a los gorriones. Los acusaba de ser responsables de la gran hambruna que asolaba al pueblo chino, pues, según sus palabras, se comían todo el grano de las cosechas. Hoy, más de seis décadas después, el presidente Petro nos repite la dosis: las Toyotas son las responsables del “déficit” en el fondo de estabilización de los precios del combustible, se comen todo el presupuesto y, lo que para él es aún más grave: “Los pobres están subsidiando a los ricos”.
Mao y Petro comparten la cuestionable y débil estrategia de decir verdades a medias: “Una verdad a medias es una mentira completa”, reza el proverbio judío.
El fondo de estabilización de los precios del combustible en la práctica termina constituyéndose en un mecanismo apolítico, equitativo, universal y directo de distribución de subsidios para todos los colombianos: el subsidio sin andamiaje y sin la robusta burocracia nacional y regional. Paradójicamente, sus virtudes son su mayor debilidad en el escenario político actual. Un subsidio que no tenga la vocación de permitir ser manejado periódica y directamente por la casta política nacional y regional como aderezo individual a campañas o programas de gobierno no es rentable políticamente.
Para el Gobierno, el mayor defecto de este subsidio es que llega directamente a los millones de conductores que hay en Colombia sin filas, inscripciones, intermediarios ni la ayuda del padrino político de la región. Tantos billones sin un fin electoral, sin una masa beneficiaria cautiva, fiel y agradecida terminan constituyéndose en un imperdonable desperdicio político-electoral.
Trasladar el presupuesto del subsidio a la gasolina total o parcialmente a otros programas permitirá al Gobierno nacional visibilizar y publicitar sus políticas y ejecutorias sin importar cuán menos efectivas y universales resulten para el bienestar común, pero pretender desconocer que una gasolina costosa con una inflación galopante es la fórmula perfecta para la crisis de los hogares colombianos es demasiado insensato. Para los colombianos, su dependencia y relación con la gasolina termina siendo la misma que con el oxígeno, constante y vital.
La narrativa de la lucha de clases que imprime el presidente a sus proyectos débiles de argumentos parece reaparecer en el debate suscitado en torno al subsidio a los combustibles: ¿los ricos a quienes los pobres les subsidian el combustible son acaso los dueños de más de 10 millones de motos que circulan por Colombia, los taxistas o quizá los millones de ciudadanos que pagan cuota mensual por el carro en el cual se movilizan con sus familias o por las pequeñas camionetas y los camioncitos que transportan el mercado hasta la tienda de su barrio?
Eliminar un subsidio que beneficia a millones de colombianos propietarios de vehículos automotores, a sus familias y a millones de usuarios, que termina siendo toda Colombia, pero que adicionalmente sirve de barrera para amortiguar la agobiante inflación, sustentado en la narrativa de la lucha de clases y la incierta mejor destinación de los recursos, augura el encauzamiento expedito de los mismos a la gran bolsa de los subsidios ideologizados.