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La Comisión de la Verdad y la educación

Omar Raúl Martínez Guerra

15 de agosto de 2022 - 12:00 a. m.

En respuesta al editorial del 9 de agosto de 2022, titulado “Necesitamos a la Comisión de la Verdad en los colegios”.

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Más allá de un eventual desacuerdo con el editorial ante el Informe Final de la Comisión de la Verdad en los colegios, esta es una opinión que merece saludarse afirmativamente, más si proviene de la prensa libre en materia particularmente sensible al complejo proceso de construir una democracia, en tiempos en los que violencia y paz parecen convivir como antípodas sin remedio. La propuesta de “La escuela abraza la verdad” es una afortunada oportunidad de iniciar el clamado cambio educativo o, para ser más precisos, en la misión de la escuela, basada en principios de libertad y pensamiento crítico, tan mentados en teoría como truncados de realizarse en los espacios de enseñanza-aprendizaje, enajenados por el tributo y las costumbres de sociedades y Estados retardatarios.

Sobresalen como el espíritu de “La escuela abraza la verdad” las lecciones aprendidas de Estanislao Zuleta —un hombre que renegó de la escuela y luego la abandonó por considerar que “le quitaba valioso tiempo para sus estudios”—, quien, apoyado en el mismísimo Kant, imaginaba la verdad como un objeto consustancial de la vida democrática: Zuleta establecía tres pasos para llegar a ella: el primero, pensar por sí mismo; el segundo, pensar en el lugar del otro, y el tercero, ser consecuentes con la verdad, independientemente de donde provenga. La verdad no es posesión de nadie. La verdad es la verdad. Ningún lugar más apropiado que el Ministerio de Educación para que el ministro Alejandro Gaviria ponga en ejercicio las sabias lecciones del maestro antioqueño. Por lo demás, acierta inteligentemente al rescatar el inconmensurable valor de pensadores colombianos, en tiempos exultantes de invocación a prodigios extranjeros, ajenos a los intrincados terrenos de nuestra cultura nacional.

De manera que hablar del revisionismo de los opositores no deja de ser curioso, en tanto se apela a un concepto propio de las discusiones sobre marxismo que nada tienen que ver con la naturaleza del Informe. Decir que es la imposición de una verdad oficial es desconocer la función ministerial de brindar lineamientos y directrices a sus escuelas. Y mucho menos se puede considerar que se viola la autonomía de las mismas, en tanto el Estado “se inmiscuye” en ellas. Contrario a cuanto se dice, basta recordar las fieras críticas a una profesora caleña que, en uso de la autonomía, se atrevió a hablar del conflicto en sus clases de Ciencias Sociales.

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El Ministerio actúa en desarrollo de los fines de la educación consagrados en la Ley General de Educación, con apego al artículo 67 de la Constitución. Y aun cuando el editorial de El Espectador intenta matizar los alcances de la propuesta como “un primer acercamiento”, un solo día de trabajo, para luego afirmar que es necesario “ir mucho más allá del 12 de agosto”, es importante entender que es tarea impostergable del Ministerio proyectar un plan de acción en el marco del área fundamental de las Ciencias Sociales, con las debidas adecuaciones pedagógicas y curriculares. Un escaso día es absolutamente insuficiente para abrazar esa verdad esquiva.

Por Omar Raúl Martínez Guerra

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