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Cómo evitar que la violencia se vuelva rutina: la respuesta que El Espectador no quiere dar


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Camilo Vega
23 de junio de 2025 - 05:00 a. m.
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En respuesta al editorial del 16 de junio de 2025, titulado “¿Cómo evitar que la violencia se vuelva rutina?”.

El editorial formula la pregunta correcta, pero se niega deliberadamente a responderla. “¿Cómo evitar que la violencia se vuelva rutina?” tiene una respuesta clara y específica para Colombia: que el presidente de la República deje de usar sistemáticamente el discurso de odio desde la máxima investidura del Estado.


El recurso a un caso estadounidense no es casualidad sino estrategia. Es la técnica más sofisticada hasta ahora utilizada por El Espectador para universalizar un problema que tiene causas específicas y solucionables en Colombia. Al convertir la responsabilidad presidencial en “fenómeno global de polarización”, el medio construye la impunidad definitiva para el discurso de odio institucional.


La pregunta del editorial tiene respuesta concreta: la violencia política se evita cuando el jefe de Estado ejerce un liderazgo responsable que une en lugar de dividir, que construye en lugar de destruir, que dignifica en lugar de deshumanizar. Un presidente comprometido con evitar que la violencia se vuelva rutina comenzaría por desterrar de su vocabulario los calificativos deshumanizantes. Ningún jefe de Estado democrático debería llamar “esclavistas”, “parásitos” o “neonazis criollos” a sus opositores políticos, porque el lenguaje presidencial forma opinión pública y legitimiza comportamientos sociales.


Igualmente importante sería que reconociera la legitimidad de la oposición como función democrática esencial. Un presidente maduro entiende que quienes lo critican no son enemigos sino contradictores necesarios en una democracia funcional. Esto implicaría moderar el discurso especialmente en momentos de tensión política, cuando el liderazgo presidencial debe ser factor de serenidad, no de escalada emocional. También requiere separar las diferencias políticas de los ataques personales, pues se puede discrepar profundamente con las ideas sin convertir a las personas en blancos de estigmatización pública.


El editorial de El Espectador diluye deliberadamente una verdad democrática fundamental: la responsabilidad del discurso no es simétrica. El presidente de la República tiene poder institucional para formar opinión, recursos comunicacionales del Estado y legitimidad de investidura que ningún otro actor político posee. Con ese poder viene una responsabilidad proporcional que no puede equipararse con la de otros actores.


Cuando el editorial pregunta sobre “nuestros discursos” está distribuyendo una culpa que no es distribuible. La ciudadanía puede ser apasionada, los políticos pueden ser confrontacionales, los medios pueden ser críticos. Pero solo el presidente tiene el poder de convertir la diferencia política en enemistad nacional desde la tribuna más alta del país. Esta asimetría no es accidental sino constitutiva de la democracia: quien ostenta el poder máximo del Estado tiene responsabilidades máximas en la construcción del clima político nacional.


El Espectador se niega a responder su propia pregunta porque la respuesta es políticamente incómoda: la violencia política se normaliza cuando el máximo líder del Estado la legitima discursivamente. Se vuelve rutina cuando esa legitimación es sistemática, reiterada y dirigida específicamente contra quienes ejercen oposición democrática. La pregunta ¿cómo evitar que la violencia se vuelva rutina? tiene una respuesta clara para Colombia en 2025: que Gustavo Petro deje de usar el discurso de odio desde la presidencia. Todo lo demás es literatura para evitar lo obvio.


Un periodismo responsable habría dado esa respuesta directa. El Espectador eligió la evasión sofisticada. Esa es su responsabilidad en normalizar lo que dice querer evitar.

Por Camilo Vega

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