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Para empezar, quiero reconocer las buenas intenciones del periódico, que ha sido un aliado indiscutible por la igualdad en el país. No obstante, como todos los amigos y con todas las buenas intenciones, también pueden equivocarse.
El editorial, a criterio de algunas personas que nos consideramos trans, es patologizante. Es decir, considera a las identidades trans una enfermedad. Si bien el artículo matiza diciendo que no es un padecimiento, sino una “condición” con la que se nace, el resultado es el mismo. La pregunta desde la que se parte para definir qué significa ser trans es, en sí misma, patologizante: ¿se nace o se hace? El editorial se inclina hacia la primera respuesta, pero en todo caso esta pregunta sólo se hace acerca de aquello que no consideramos normal, ¿o acaso a una persona no trans le preguntan si nace o se hace?
El editorial se basa en la definición psiquiátrica de la disforia de género: un desajuste psicológico entre nuestro cerebro y nuestra biología. Este concepto del desajuste entre nuestro cerebro y nuestro cuerpo no sólo es una narrativa trillada (“nació en el cuerpo equivocado”), sino que va en contra de la jurisprudencia de la Corte y de los Principios de Yogyakarta.
La Corte fue enfática al afirmar que “de ninguna manera (...) considera que el transgenerismo constituye una enfermedad o una categoría psiquiátrica, o que se requiera el diagnóstico de disforia de género para acceder a los servicios de salud relacionados con su identidad. Por el contrario, se reitera que el tránsito del género asignado socialmente a otro género puede impedirle vivir en un estado de bienestar general” (Sentencia T-918 de 2012).
Los Principios de Yogyakarta definen la identidad de género como “la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente profundamente, la cual podría corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo (que podría involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios médicos, quirúrgicos o de otra índole…) …”.
La diferencia entre la definición utilizada por El Espectador y las otras dos es que la del editorial considera que ser mujer o ser hombre es una realidad biológica estática y no una construcción social y cultural. La definición del editorial, a diferencia de las otras dos, no habla de un sexo o un género asignado socialmente, sino que habla de una “manifestación biológica”.
Cuando consideramos que el sexo y el género son construcciones sociales, entendemos que las “verdades” biológicas están filtradas por la cultura y pertenecen a un sistema opresor de nuestros cuerpos: el de dividir el mundo entre hombre y mujer. Tenemos que dejar de entender el género como categorías objetivas de división y empezar a verlo como normas impositivas, excluyentes y generadoras de violencia.
También confunde orientación sexual con identidad de género. La orientación sexual hace referencia a qué le gusta a una persona. Es decir, si a la persona le atraen sexual, emocional y afectivamente las personas de su mismo género, de uno diferente o a varios géneros. Mientras que la identidad de género se refiere a cómo te identificas, como se explicó con anterioridad.
Recordando a Simone de Beauvoir y su célebre cita: “No se nace mujer, llega una a serlo”, a la pregunta de si naces o te haces o a la de si “naciste en el cuerpo equivocado”, algunas personas trans responden: “No nací en el cuerpo equivocado, sino en la sociedad equivocada”.
*Matías Matilda González Gil
