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En respuesta al editorial del 22 de abril de 2023, titulado “Educación básica y media, en crisis”.
Soy profe rural. Eso es un orgullo, pero es tenaz. En Colombia eso es muy berraco. En el momento en que escribo estas letras el ingreso a la escuela rural La Caima, del municipio de Alvarado en el departamento del Tolima, está taponado por el que la gente en el campo llama comúnmente un volcán. Y lo más tenaz es que esa noticia prácticamente a nadie le interesa, no tiene dolientes. A Gabo se le olvidó complementar la frase “Colombia vive de espaldas al mar” y debió decir: “Colombia vive de espaldas al campo”.
El campo es hermoso, las orquídeas de La Caima son muy lindas. No obstante, la ruralidad es jodida, y perdónenme la palabra. El campo es como un espejismo, es como una extensión del cuerpo que no existiera y menos si la región no tiene un potencial electoral. La escuela La Caima, de la Institución Educativa General Enrique Caicedo de Alvarado, como muchas del Tolima, vive año tras año con el temor de ser cerrada por sustracción de materia. Hace un par de años el actual presidente de Simatol (Sindicato de Maestros del Tolima) me decía que hay centenares de escuelas en el Tolima —para citar un ejemplo que creo que representa a la nación— que tienen, como la mía, entre uno y cinco educandos. Uno hace hasta donde ya no puede más, pero la cosa es tenaz porque, en mi caso, todos los lunes de mi vida llego a la escuela y no hay agua. Tampoco hay internet ni entra la señal de celular, entre otros problemas. La semana pasada, por ejemplo, una serpiente víbora de la especie lora (Bothriechis lateralis) persiguió a un pájaro por la cercha principal interna de la escuela y nos llevamos el susto de nuestras vidas. Afortunadamente la cosa no pasó a mayores.
Como estamos en Colombia, el fantasma del hambre se asoma a diario por las ventanas de la escuela, pero lo disipa la presencia de ranas y murciélagos enormes, como sacados de Tierra de gigantes. El frío del abandono es copado por el arrullo de las aves y la pureza del aire. La soledad en una vereda donde los niños llegan en moto a estudiar, otras veces hasta una hora a pie o a lomo de mula o a caballo, es disipada por la alegría que produce enseñar a leer o por la felicidad reflejada en los rostros de los niños cuando conocen las historias de héroes nacionales quienes llegaron muy lejos en la vida y les tocó llevar del arrume inicialmente en alguna escuelita lejana de la civilización donde uno siente que vive en un paraíso perdido, abandonado pero maravilloso, paisajísticamente hablando.
En fin, yo agradezco que un presidente de un país latinoamericano como el nuestro quiera convertirse en un líder de la región, pero si pudiera mejor intervenir para arreglar las vías terciarias de su patria, pasaría a la historia como el mejor de los mejores.