En respuesta al editorial del 8 de agosto de 2021, titulado “Apostarle a la paz sigue siendo necesario”.
Obvio que apostarle a la paz sigue siendo necesario, pero estoy en desacuerdo con ese editorial de El Espectador, porque el trienio de Duque y su presidente eterno “no podía ser más exacto a su aura de autodestrucción y bajeza”, pues ellos continúan rompiendo los pactos sociales colombianos, pero sobre todo el pacto social del Acuerdo de Paz firmado entre la extinta guerrilla de la Farc y el expresidente Juan Manuel Santos, con su Premio Nobel a bordo, garantía de acogida y reconocimiento internacionales. Esto les ha importado un bledo y siguen con su Centro Democrático y su coalición mayoritaria congresal volviendo trizas dicho acuerdo, en medio de risas. Siguiendo el guion de la ultraderecha conservadora de otros países, están amenazando el legado político de muchos años de una democracia endeble, pero al fin y al cabo democracia.
Como el pasado 20 de julio se cumplieron 211 años de la independencia nacional de 1810 y este 7 de agosto se cumplieron tres años uriduquistas y 202 años de la conmemoración de la Batalla de Boyacá, nada mejor y oportuno para esta coincidencia histórica que la propuesta de esta casa periodística: en el último año de gobierno que empieza, el cumplimiento del Acuerdo de Paz debería ser prioridad urgente por el bien de Colombia. Pero soy pesimista, porque ellos han argumentado estar en contra y arguyen además que se encontraron con muchos tropiezos y dos desafíos inéditos: el histórico estallido social de este año y la continuación de la pandemia despiadada del coronavirus.
Han sido larguísimos los días del trienio uriduquista, y largos los que faltan para terminar su cuatrienio. El arqueo no puede ser más aciago ante un país crispado y una sociedad agrietada en la que se ha perdido “la certeza del derecho” y se ha disuelto “en una especie de liquidez”; las respuestas son reformas superficiales para la tributaria y la Policía, leyes para criminalizar la protesta, y la solución para el individuo es una orgía de crimen, corrupción, desigualdad, desplazamiento, estupidez y locura. Aunque es evidente que estos años son diferentes a los tiempos de 1810 y 1819, estamos “ante un pasado sin llegada, un presente que se difumina ante nuestros ojos, donde el comienzo nunca es el comienzo”. Claro que el despertar del pueblo en la portentosa protesta social, especialmente de los jóvenes, es una realidad: “Abajo el mal gobierno”, retumba hoy.
Comienza otro año más viendo cómo una minoría inepta sigue haciendo trizas la paz desde el Congreso y el Ejecutivo. Como aún queda un año, conviene aguantar la respiración y prepararse para 12 meses más. Pero nuestro amado país no puede seguir a la deriva, urge ponerle freno a esta infamia histórica: la honesta mayoría sana tiene que seguir luchando para salir adelante en las elecciones de 2022 con un cambio real que permita el ingreso de actores alternativos al Congreso y tener un Gobierno renovado.
*Profesor.