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En respuesta al editorial del 17 de agosto de 2024, titulado “Presidente, reconsidere la vía Mulaló-Loboguerrero”.
Sin dejar de reconocer que soy oriundo del departamento del Valle del Cauca, y teniendo en cuenta las dinámicas de la región, me permito comentar algo sobre la vía Mulaló-Loboguerrero.
El Valle del Cauca ha orientado sus políticas de crecimiento económico, que no llegan ni al desarrollo, de una manera errada en cuanto al equilibrio del mismo. Desde hace tiempo, se decía que la clase empresarial del departamento terminaba en el Paso del Comercio, que es la salida de Cali hacia Palmira, ya que para ellos el resto del departamento no existía, ni política ni económicamente, salvo en épocas electorales y de pago de impuestos.
Luego, con el desastre natural del río Páez, el Gobierno Nacional creó la zona especial de desarrollo del norte del departamento del Cauca y del sur del Valle del Cauca, que atrajo importantes inversiones a esos sectores geográficos, gracias a los incentivos tributarios. Al finalizar el periodo de esa zona especial, se crearon varias zonas francas por las mismas empresas y surgieron otras nuevas, lo cual amplió el límite económico, aunque no geográfico, de la clase empresarial vallecaucana. Esto coincidió con la imposición del modelo económico neoliberal y una apertura improvisada durante el gobierno de César Gaviria y Rudolf Hommes.
Lo anterior continuó afianzando el desarrollo empresarial desequilibrado hacia el sur del Valle del Cauca, y el desconocimiento del norte y del centro del departamento. Hoy, ante las nuevas dinámicas económicas, la clase empresarial y política del Valle del Cauca sigue ampliando el límite económico hasta Santander de Quilichao (Cauca), profundizando aún más el desconocimiento del centro y del norte del departamento.
Por lo anterior, la clase empresarial y política impulsa la vía Mulaló-Loboguerrero con argumentos de economía de costos por kilometraje e inclinación de la vía, en detrimento de la vía Buga-Buenaventura, que quedaría solo con el movimiento hacia Bogotá, hacia Medellín (con tendencia a la baja por Puerto Antioquia y el anhelado Tribugá), y hacia el resto del país.
Esto tiene dos serias consecuencias negativas que parecen importar poco a la dirigencia del Valle del Cauca. La primera es la pauperización del crecimiento económico, ni siquiera desarrollo, de los municipios de San Pedro y Tuluá, hasta Cartago, incluyendo los municipios cordilleranos y la dependencia de Obando hacia el norte, y de Sevilla y Caicedonia hacia Risaralda y el Quindío. Esto no parece importar a la dirigencia vallecaucana, concentrada en el nuevo eje económico Guadalajara de Buga-Santander de Quilichao, para quienes los habitantes del norte y del centro del Valle del Cauca solo existen para votar cada dos años por candidatos de Buga hacia Cali, donde están sus intereses, y para pagar impuestos.
El otro efecto, mucho más grave, es que este desequilibrado crecimiento económico generará hacia el sur del departamento una migración sin precedentes, salvo la de la mal llamada violencia política que en realidad fue de despojo de tierras, y la de 1970. Esto solo agravará la situación social (salud, educación, etc.) de ciudades como Cali y Palmira, entre otras, que ni siquiera poseen una red de salud suficiente para ellas mismas. La red de salud de Cali está diseñada para 3 millones de personas y en 2022 atendió a casi 6,5 millones, con las consiguientes consecuencias en calidad, morbilidad y mortalidad.
Por lo anterior, creo que es social y económicamente inviable para el Estado impulsar esta vía solo para satisfacer la rentabilidad de unas pocas empresas y personas.