Según datos brindados por la Federación Nacional de Cultivadores de Cereales, Leguminosas y Soya (Fenalce), en Colombia el maíz es el tercer cultivo con mayor superficie de siembra. Sin embargo, no logra autosuficiencia y, por lo tanto, alrededor del 75 % de la demanda nacional es suplida con importaciones provenientes principalmente de Estados Unidos, pero también de Brasil y Argentina. El maíz amarillo es usado como una de las materias primas sustanciales para la elaboración de alimentos balanceados para animales y, por su parte, el blanco es destinado principalmente para el consumo humano. Hasta los años 90, la producción nacional era suficiente para abastecer la necesidad del país. Sin embargo, con el inicio de la apertura económica, que llevó a la pérdida de la competitividad de los productores maiceros, sumado a la tendencia a incluir más alimentos de origen animal en la dieta, se ocasionó un aumento de la demanda y una pérdida de la autosuficiencia. El precio del maíz en Colombia se define, entre otras variables, de acuerdo con la tasa de cambio y el nivel de disponibilidad del cereal, especialmente en los países de donde provienen las importaciones. Por variaciones en esos aspectos, en lo que va del año, el valor del concentrado para animales ha incrementado en varias ocasiones. Para ejemplificar la situación, en San Antonio de Prado, corregimiento de Medellín, el precio de un bulto de 40 kg para gallinas ponedoras, que a finales del año anterior era alrededor de $65.000, ha subido en total un poco más del 10 %. Esto afecta de manera considerable, sobre todo, a los pequeños productores, para los cuales el egreso se acerca cada vez más al ingreso económico.
Los elevados costos de los concentrados son sólo una cara de la problemática que se experimenta en el sector agropecuario. Los tratados de libre comercio aumentan la oferta y repercuten negativamente en el panorama comercial de los campesinos. Además, debido a los múltiples intermediarios presentes en la cadena agroalimentaria, el pequeño productor recibe un muy bajo porcentaje del precio final del producto que vende, siendo las cadenas comerciales e industriales las que disfrutan la mayor parte de la ganancia. Lo anterior conforma uno de los motivos relacionados con la migración del área rural a la urbana, el campesino no encuentra rentable su trabajo. Las labores del campo son muchas veces subestimadas, observadas con prejuicios, pero qué sería de la población sin los campesinos. Las tierras tienen que ser más que un destino de vacaciones: nada más y nada menos que el 70 % de los alimentos que se producen nacionalmente, según el Ministerio de Agricultura, provienen de los pequeños agricultores. Es imperioso invertir en el agro, regular la comercialización, establecer precios justos y dinámicos, además de impulsar la competitividad y el consumo de los productos nacionales, incluyendo el sector maicero. Implementar soluciones no sólo compete al Gobierno, todos podemos hacer parte del cambio, promoviendo y apoyando los mercados campesinos, locales u orgánicos, los cuales benefician y retribuyen directamente al pequeño productor.
Yurany Acosta.
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com
Según datos brindados por la Federación Nacional de Cultivadores de Cereales, Leguminosas y Soya (Fenalce), en Colombia el maíz es el tercer cultivo con mayor superficie de siembra. Sin embargo, no logra autosuficiencia y, por lo tanto, alrededor del 75 % de la demanda nacional es suplida con importaciones provenientes principalmente de Estados Unidos, pero también de Brasil y Argentina. El maíz amarillo es usado como una de las materias primas sustanciales para la elaboración de alimentos balanceados para animales y, por su parte, el blanco es destinado principalmente para el consumo humano. Hasta los años 90, la producción nacional era suficiente para abastecer la necesidad del país. Sin embargo, con el inicio de la apertura económica, que llevó a la pérdida de la competitividad de los productores maiceros, sumado a la tendencia a incluir más alimentos de origen animal en la dieta, se ocasionó un aumento de la demanda y una pérdida de la autosuficiencia. El precio del maíz en Colombia se define, entre otras variables, de acuerdo con la tasa de cambio y el nivel de disponibilidad del cereal, especialmente en los países de donde provienen las importaciones. Por variaciones en esos aspectos, en lo que va del año, el valor del concentrado para animales ha incrementado en varias ocasiones. Para ejemplificar la situación, en San Antonio de Prado, corregimiento de Medellín, el precio de un bulto de 40 kg para gallinas ponedoras, que a finales del año anterior era alrededor de $65.000, ha subido en total un poco más del 10 %. Esto afecta de manera considerable, sobre todo, a los pequeños productores, para los cuales el egreso se acerca cada vez más al ingreso económico.
Los elevados costos de los concentrados son sólo una cara de la problemática que se experimenta en el sector agropecuario. Los tratados de libre comercio aumentan la oferta y repercuten negativamente en el panorama comercial de los campesinos. Además, debido a los múltiples intermediarios presentes en la cadena agroalimentaria, el pequeño productor recibe un muy bajo porcentaje del precio final del producto que vende, siendo las cadenas comerciales e industriales las que disfrutan la mayor parte de la ganancia. Lo anterior conforma uno de los motivos relacionados con la migración del área rural a la urbana, el campesino no encuentra rentable su trabajo. Las labores del campo son muchas veces subestimadas, observadas con prejuicios, pero qué sería de la población sin los campesinos. Las tierras tienen que ser más que un destino de vacaciones: nada más y nada menos que el 70 % de los alimentos que se producen nacionalmente, según el Ministerio de Agricultura, provienen de los pequeños agricultores. Es imperioso invertir en el agro, regular la comercialización, establecer precios justos y dinámicos, además de impulsar la competitividad y el consumo de los productos nacionales, incluyendo el sector maicero. Implementar soluciones no sólo compete al Gobierno, todos podemos hacer parte del cambio, promoviendo y apoyando los mercados campesinos, locales u orgánicos, los cuales benefician y retribuyen directamente al pequeño productor.
Yurany Acosta.
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