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Atrapado con salida: sobre dos columnas

Cartas de los lectores

08 de octubre de 2025 - 12:05 a. m.

Imposible ignorar el contraste que presentan las experiencias que narran Juan Carlos Ortiz en su columna “Atrapado sin salida” y Arturo Guerrero en “Las tremendas burocracias que destrozan el tiempo” (El Espectador, 2 de octubre de 2025).

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De un lado, el señor Ortiz, nos cuenta con lujo de detalles el martirio que vivió al encontrarse compartiendo el pequeño espacio de la fila de asientos de un avión con dos individuos aparentemente desinteresados en el suplicio al que lo sometían por lo que debió parecerle una eternidad. Del otro lado, el señor Guerrero nos cuenta de la verdaderamente eterna condición de sometimiento en la que se encuentran atrapados la enorme mayoría de los ciudadanos de la república.

Pensar por un momento en el antes y el después de las experiencias de los protagonistas de las historias que leímos empieza a ofrecernos un vistazo de la diferencia de las realidades que enfrentan los colombianos en su paso por la vida, indeleblemente marcado por el número del estrato que les fue asignado al nacer.

Es innegable que las colas son el calvario de la sociedad moderna (¿será esto cierto? ¿los mongoles, los egipcios y los griegos tenían que hacer colas? No lo sé). Entiendo la frustración del señor Ortiz luego de pararse en la cola de espera frente a la casilla de chequeo en un aeropuerto y, después, en la cola del chequeo de seguridad, tener que quitarse la correa y descargar sus bolsillos para ser admitido en la sala de salida y encontrarse finalmente clavado en medio de dos desconocidos displicentes de las necesidades de su compañero de viaje. Sin duda esa experiencia desnuda de placer cualquier viaje, ya sea de vacaciones o de trabajo. O agrava el dolor si el motivo es acompañar a un allegado en su tragedia o atender una cita médica.

Por atroz que parezca esa experiencia, su impacto es, sin embargo, insignificante cuando se compara con el que experimentan la mayoría de los colombianos que deben pararse por horas en colas para entregar, recibir, consultar, presentar o reclamar cuanto documento, prueba, resultado o consulta se le haya ocurrido diseñar a un sistema necesitado de una base sólida de votos, personificada en el nombramiento de amigos, allegados, parientes y vecinos necesitados de un ingreso asegurado.

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Para completar la comparación, es esencial anotar que el señor Ortiz sabía desde que llegó al aeropuerto que, por mal que le fuera, su experiencia no duraría más que unas pocas horas. Patrick McMurphy, en cambio, nunca supo por qué estaba sometido al proceso en que se encontraba sumergido ni cuánto tiempo duraría. Como le sucede mes tras mes al anciano que hace cola para que le entreguen el cheque de su pensión, al ciudadano que espera que lo atiendan en su EPS/IPS o al pequeño empresario que nunca termina de hacer los trámites que le permiten operar su negocio. Colas, que como las que debe sufrir el señor Ortiz, no tienen que hacer los que viajan en avión privado.

Ricardo Gómez Fontana, Guapi, Cauca

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