Nunca me había defraudado tanto un gobierno como el presente. Promesas vanas en abundancia, especialmente con respecto a los niños, los jóvenes y la educación. Prometió mejorar la calidad y el acceso a la educación pública; gritó a diestra y siniestra que ampliaría los cupos en 500.000 y que mejoraría la financiación. Destrozó el ICETEX y, a punta de datos manipulados junto a su ineficiente ministro de Educación, habla de más de 190.000 cupos, los cuales han sido desmentidos. Aulló en los espacios públicos que reformaría la Ley 30 de 1991 (Educación Superior) y, nuevamente, falló, aunque, como cualquier ególatra, justifica su ineficiencia con su muletilla favorita: “no me han dejado gobernar”.
Es absurdo que, en un país como el nuestro, en el cual se busca precisamente mejorar el desarrollo y la productividad, sea el mismo Estado quien proponga disminuir sus compromisos constitucionales en materia educativa, fomentando el aumento del peso relativo del esfuerzo privado a expensas de la calidad. Además, compromete a las instituciones públicas con el aumento de cupos mientras disminuye de manera significativa el presupuesto previsto para su funcionamiento, mejora de calidad y ampliación de cobertura.
Da vergüenza ver cómo en los ministerios, secretarías y centros de toma de decisiones sobre educación se diseñan políticas públicas y se promulga un sinfín de decretos y normas sin ninguna —o con muy escasa— participación de las universidades, investigadores, docentes y centros de pensamiento en su formulación, para luego ordenarles que las ejecuten y capaciten en ellas, sin planeación, reglamentación ni el presupuesto necesario para su implementación.
Tal es el caso de las Escuelas Normales, a las cuales —como cualquier autócrata— convierte en instituciones de educación superior, irrespetando la normatividad vigente y una ley estatutaria. Es un ejemplo fehaciente del improvisado ministro de Educación, que no sabe de educación —pero goza del favor y la amistad del actual mandatario— y fomenta el incremento desmedido e innecesario de instituciones de educación superior en Colombia, que hoy cuenta con 301 (84 públicas y 217 privadas), ahí sí con un incremento verdadero del 45 %. Actualmente existen 137 Escuelas Normales que han sido merecedoras de los más grandes elogios por la calidad de sus docentes de preescolar y educación primaria, sello de tradición e identidad. El incremento desmedido de instituciones es una realidad falsa si no se atienden las condiciones laborales de los profesores, su formación continua, los espacios y la cualificación de su ejercicio profesional.
Miryam Lucia Ochoa, profesora emérita.
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