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A propósito del editorial del 20 de octubre, titulado “Las mentiras de Trump se responden con mesura”. Según el DANE (2023), Colombia cuenta con 52’314.000 habitantes. Dada la diversidad y pluralidad cultural del país, todos estamos cobijados por la misma Constitución Política y la ley. El presidente de la República es un ciudadano que, por mandato popular, asume la potestad de gobernar; no obstante, se encuentra bajo la sombrilla del acatamiento constitucional. En este sentido, los artículos 188 y 189 de la Constitución son muy específicos al detallar sus atribuciones y responsabilidades.
Las relaciones internacionales demandan tacto, pues se establecen con países que también ejercen su autodeterminación; de ahí la importancia de la diplomacia. Siguiendo a Marshall McLuhan, vivimos en tiempos de “glocalidad” (lo global y lo local interconectados), y de acuerdo con Edgar Morin, en una etapa de “conciencia planetaria”. Por tanto, hoy es escaso hallar un país completamente autosuficiente desde el punto de vista económico. De allí que deban utilizarse los mecanismos diplomáticos adecuados para superar las crisis que, aunque inevitables, pueden manejarse mediante el diálogo internacional.
La actual crisis diplomática no es entre Colombia y Estados Unidos, sino entre el presidente Gustavo Petro y el presidente Donald Trump. El mandatario colombiano, al dejarse llevar por sus pasiones, podría arrastrar al país hacia dificultades económicas difíciles de prever. Actualmente nos encontramos en temporada de cosecha cafetera, así como en plena recolección de cacao y aguacate Hass, y comenzamos la preparación de tierras para exportar la cosecha de flores en febrero próximo. Cada día, millones de colombianos nos levantamos de madrugada para estudiar, trabajar y producir; esta es la manera en que nos ganamos la vida y llevamos el sustento a nuestras familias. Todo este esfuerzo podría verse afectado si aumentan los aranceles, impactando toda la cadena de consumo.
El deber no solo jurídico, sino también moral, del presidente Petro es deberse a todo el pueblo colombiano. En ello radica la dignidad de su investidura: dejar de lado los personalismos electorales y evitar agitar nacionalismos vanos que, por ser pasajeros, resultan inclementes y peligrosos.
Emel Jiménez Ochoa
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