Publicidad

En gestión de residuos en Bogotá han primado incentivos perversos

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Cartas de los lectores
12 de septiembre de 2025 - 05:00 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

A propósito del editorial del 4 de septiembre, titulado “No más improvisación con las basuras en Bogotá”. En la pésima gestión de residuos en Bogotá ha primado no solo la improvisación y el desconocimiento técnico, sino también el favorecimiento de un puñado de intereses particulares sobre el interés general.

Cabe subrayar que la llamada jerarquía de gestión de residuos (evitar, reducir, reutilizar antes que reciclar o desechar) es un principio técnico básico que debe guiar todo servicio público de gestión de basuras.

Desde que la actual licitación empezó a operar, más de uno advirtió que era un sinsentido y un desperdicio usar millones de bolsas grises en las labores de aseo y recolección, pues se termina generando más basura que la que se pretende recoger.

Por si fuera poco, se desperdiciaron miles de millones de pesos en instalar canecas públicas a diestra y siniestra que, además de beneficiar solo a sus fabricantes y distribuidores, se han ido deteriorando y perdiendo como mobiliario urbano, con el consecuente detrimento patrimonial para la ciudad.

El mal ejemplo se copia más fácilmente que el buen ejemplo, y ambas malas prácticas se volvieron una contraproducente invitación a una ciudadanía inculta e irresponsable a volver de las calles un basurero.

Entre comienzos del actual milenio y hasta antes de la actual y desastrosa licitación, Bogotá fue una de las ciudades más limpias de América Latina: sorprendían sus calles impecables cuando no había canecas públicas y la gente sabía que solo podía botar la basura, pequeña o grande, en su casa o en su trabajo, que se entregaba juiciosamente, en canecas azules, a los camiones recolectores en los horarios prestablecidos. Algo similar debe volver a implementarse.

Como un incentivo perverso adicional, el actual esquema de aseo privilegia el volumen sobre el aprovechamiento, de modo que las empresas recolectoras son felices entre más basura se genere, en lugar de premiar al usuario que contamine y ensucie menos.

Por último, el artículo 111 del Código de Policía, que fija multas a quien bote basura en la calle, debe dejar de ser letra muerta: cuando las autoridades empiecen a aplicar esa norma con el mismo rigor que las fotomultas de tránsito, la gente lo pensará dos veces antes de seguir botando basura en la calle.

J. Octavio Pineda, experto en desarrollo sostenible y gestión de residuos.

Envíe sus cartas a lector@elespectador.com

Conoce más

 

Ccdaw(0kmc6)14 de septiembre de 2025 - 01:23 p. m.
Hmmm este no ha vivido en Bogotá, o al menos en la Bogotá popular. Las basuras siempre nos han acompañado. También los malos andenes. Para el gobierno bogotano, los peatones nunca han existido.
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.