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Cada vez que se habla de los jóvenes y la política, aparecen las mismas frases repetidas, como: “A los jóvenes no les interesa” o “son ignorantes, no saben lo mismo que los adultos de verdad”. Estas suelen ser afirmaciones cómodas, casi una excusa nacional que evita hacernos la pregunta que realmente incomoda: ¿por qué debería interesarnos la política?
Una generación que creció viendo promesas rotas, escándalos de corrupción y líderes que hablan de cambio mientras reparten privilegios entre los mismos de siempre difícilmente puede desarrollar entusiasmo o confianza por un sistema que percibe como lejano y desgastado. No es apatía, es aprendizaje. Es el efecto acumulado de años de observar que la política parece avanzar sin ellos y, a veces, en su contra.
Sin embargo, reducir a los jóvenes a espectadores indiferentes es tan injusto como inexacto. Cuando la política se traduce en causas, ahí están: marchando, creando colectivos, defendiendo derechos ambientales, de género, digitales. Nos interesa la política, pero no la política tradicional; nos interesa transformar, no sostener estructuras que no se sienten propias. Nuestro rechazo, de hecho, es una forma de posicionamiento.
Lo verdaderamente preocupante no es que los jóvenes desconfíen de la política, sino que la política siga sin buscar merecer su confianza. Cada campaña electoral intenta “seducirnos” con videos coloridos o frases ensayadas, como si el problema fuera de marketing y no de credibilidad. Pero ningún TikTok puede ocultar la distancia entre las instituciones y la vida real de quienes enfrentan desempleo, precarización y un futuro incierto.
La salida no está en pedirles que voten “por responsabilidad”, sino en construir un país donde la participación tenga sentido. Un país donde la política vuelva a ser una herramienta, no un espectáculo. Donde los jóvenes no seamos espectadores desconfiados, sino protagonistas escuchados.
La llamada apatía juvenil no es el problema: es el síntoma. El problema es un sistema político que ha agotado su crédito con quienes más necesitaría atraer. Y, si no se transforma, no serán los jóvenes quienes se queden por fuera: será la democracia.
Yeimy Lorena Cruz Carreño
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