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Coincidiendo con las declaraciones incriminatorias de los señores Nule, relacionadas con la contratación en Bogotá, El Espectador hizo dos publicaciones recientes que atentan contra mi buen nombre, tanto en lo personal como en lo profesional, sólo por haberles dado algunos consejos profesionales en mi condición de abogado litigante.
No soy apoderado ni asesor oculto de los Nule en sus asuntos judiciales, tan sólo les di consejos para cancelar obligaciones laborales y civiles y les sugerí buscar defensor, quien pudo aconsejarlos sobre beneficios por colaboración con la justicia. Hubiera podido optar por ser su asesor y nada me lo prohibiría porque en esto sólo me guío por el Estatuto que disciplina al abogado.
Es inexplicable que se me desprestigie a través de hechos que quedaron aclarados judicialmente. Y no lo puedo entender como una campaña ética de El Espectador en pro de la abogacía, porque bien puede verificarse que jamás he incurrido en falta alguna. ¿Cómo entonces entender el escrito del domingo 23 de enero, que en lugar de cuestionar las conductas que tanto daño han hecho a la ciudad y a las personas comprometidas, me dedica una verdadera diatriba, como persona, a través de hechos investigados y aclarados penalmente? Es evidente que a la periodista la animaron propósitos oscuros subyacentes diferentes a la información periodística.
En Elespectador.com del 22 de febrero, nuevamente acude el periódico a mi descrédito personal y profesional tomando como base una escueta nota de la Embajada americana, neutra, sin comentario alguno y limitada a reproducir las conjeturas, creo yo, de un político nacional, a la postre desmentidas por los múltiples procesamientos y condenas contra los llamados parapolíticos de Sucre, cuando aún yo me desempeñaba como magistrado de la Corte Suprema de Justicia. En forma recurrente y sin que guarde relación con el contexto de la noticia, sale a relucir de nuevo mi supuesto apoderamiento a los Nule, con un notorio propósito de continuar difamándome como profesional.
Condenado a la picota pública sin razón y explicación, aspiro y me aferro a la idea de que puedo contar con la publicación de esta nota sin esperar reparación alguna, pues en verdad lo único que reclamo es el fin de esta gratuita y extraña campaña de desprestigio a través de la calumnia implícita. Bien lo dijo la columnista Cecilia Orozco Tascón, al darme al menos el beneficio de duda, al señalar que yo podía ser “un pobre extogado calumniado”; por eso sólo a ella responderé sus interrogantes.
Carlos Isaac Nader. Bogotá.
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