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¿Demasiado pequeños o infantilizados?

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05 de junio de 2020 - 05:00 a. m.
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Se considera a los niños como parte de la sociedad, pero ¿son vistos como miembros activos?, ¿tenemos en cuenta todas sus necesidades para desarrollarse y crecer de forma sana dentro de esta?, ¿les proporcionamos todos los conocimientos necesarios para ello?, ¿se les escucha?, ¿se les pregunta? Como estudiante de Educación infantil, creo necesario hacernos estas preguntas, como docentes, padres o miembros de la ciudadanía.

En primer lugar, debemos asegurarnos de que preparamos a los más pequeños para hacer frente al futuro y convivir en sociedad, y para ello, desde la educación en el ámbito familiar, académico y por los medios de comunicación, es menester dejar al alcance de los niños toda la información que haga falta para la total comprensión y consecuente respeto hacia esta.

Es aquí donde surge la situación problemática: ¿debe hacerlo la escuela o no? ¿Deben las familias tener poder de decisión sobre qué tipo de información reciben sus hijos o no, y qué edad es la más adecuada para esto?

Para empezar, debemos tener consciencia de la capacidad de razonamiento que tienen los más pequeños. Es la única manera en la que podremos comprender que ellos tienen su opinión sobre muchos aspectos y se les ha de dejar expresarla, para contrastarla con la información que recibe del exterior: familia, escuela, amigos, etc., y, poco a poco, construir su propia identidad y establecer relaciones sociales sanas; todo ello, sobre la base del respeto y la tolerancia.

Por tanto, ¿cuál es la edad adecuada para empezar a introducir temas de inteligencia emocional, identidad sexual y de género, feminismo y demás? No existe. Aquello que sí existe es una gran cantidad de estrategias, metodologías y actividades, adaptadas a cada curso (y edad), para la educación en dichos ámbitos por medio de las cuales el alumnado pueda recapacitar, contrastar información y extraer los conocimientos necesarios para la edificación de su identidad personal, la cual irá de la mano con los valores.

Así pues, deberíamos aprovechar dichas estrategias y metodologías para introducir aspectos sociales, no relacionados con las materias escolares, lo antes posible. Si no se integra en la formación y educación de los más jóvenes, conllevará problemas muy graves, pues el rechazo de los compañeros ocasionará al escolar trastornos emocionales y psicoafectivos, ciertos sentimientos de hostilidad hacia ellos y hacia la propia escuela (Cerezo, 2008, 2009; Cangas, Gázquez, Pérez-Fuentes, Padilla y Miras, 2007; Estévez, Martínez y Jiménez, 2009; Moral, 2010b; Postigo, González, Mateu, Ferrero y Martorell, 2009).

Es evidente la extrema necesidad de acabar con estos conflictos, no solo en los centros educativos sino en cualquier contexto, por medio de la educación, en las aulas y en el hogar, en igualdad, respeto, tolerancia y empatía. Para ello es necesaria una estrecha relación de cooperación entre las dos entidades educadoras más importantes en la vida de los escolares, y no crear una guerra de bandos en la que se intente desacreditar a una de las partes. La potestad de los padres no debería intervenir en el desarrollo y la evolución personal de sus hijos, y desde las escuelas se tiene que enseñar sin aludir ni menospreciar las opiniones o creencias de las distintas familias.

Para acabar, es muy importante recordar que los niños sí son miembros activos de nuestra sociedad, a los que hay que escuchar y preparar para el futuro, sin infantilizarlos ni tener miedo de arrebatarles su infancia, eso solo lo hacen las tres extraescolares a las que se los manda, sin tiempo libre en sus vidas.

Andrea Andrés Fernández.

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