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Leyendo la crónica “Un septimazo a la carrera”, en la que Natalia Herrera Durán (El Espectador del LF 21-03-2011) hace una microbiografía de la Calle Real o carrera 7ª de Bogotá, la vía más famosa del planeta para los muchos cachacos rolos que lo más lejos que han salido es a Melgar, se viene a mi saturada memoria el recuerdo de personajes, algunos intrascendentes, que conocí a través del recorrido de las 16 cuadras que median entre el costado sur de la Plaza de Bolívar, el Parque de San Diego y la bella iglesia de su mismo nombre.
Eran excéntricos seres humanos que hacían pintoresca presencia, casi diaria, en tal trayecto. La Loca Margarita, una canosa viejecita de hondo raigambre liberal, toda vestida de rojo, quien se ponía iracunda si en su presencia se le llegaba a lanzar un viva al Partido Conservador. Pomponio, cuya diaria actividad y modus vivendi consistía en repartir invitaciones a matrimonios, bautizos y primeras comuniones de la élite bogotana; eso sí se reservaba la prerrogativa de botar al río San Francisco, aquellas destinadas a familias a quienes, a su desatinado juicio, el compromiso las podía poner en apuros para comprar el regalo, por mala situación económica o por haber sufrido recientes duelos, de lo cual estaba divinamente enterado. Su particularidad demencial consistía en enfurecerse cuando los “chinos de la calle” le gritaban una pregunta, aparentemente inocua, pero que para él, nuca se supo la razón, encerraba un gran veneno: “¿Pomponio, quiere queso?”. Otro digno de mención era El Bobo del Tranvía, un muchacho que andaba corriendo incansable detrás de tales vehículos, siempre por la misma vía, kilómetros y kilómetros; por su resistencia era la admiración de algunos atletas de la época. Otro excéntrico que, sin oficio ni beneficio, anduvo diaria y nochemente por la 7ª fue El Negro Chivas, misterioso personaje, sobre el cual Ximénez, único cronista del siglo pasado, que pudo alternar con él en un amanecer bohemio, escribió en la revista Stampa N° 15, de marzo 4 de 1939, unas frases llenas de incógnitas y le crearon un halo romántico: “La estampa de Luis Antonio Chivas —estudiante chocoano—, disuena; aparece extraordinaria y única. Podría servirles de hito indicativo a aquellos que, movidos por una curiosidad trascendental, quisieran conocer la frontera que separa a lo vulgar de lo sublime”.
Jorge Arbeláez. Bogotá.
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