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En esta carta hablo de una situación por la que estoy pasando. Me gustaría saber si hay más personas que se identifiquen con esta situación, pues muy poco se habla de ello.
Yo pensaba que la crisis de los 20 no existía. También llamada “la crisis del cuarto de vida”, me parecía más un invento generacional que una realidad. Pero ahora, con 21 años, puedo decir que sí existe, y se siente intensamente.
Vivimos constantemente trabajando por alcanzar nuestras metas, por cumplir sueños, por avanzar…, pero hay días en los que simplemente no queremos dar más. Es un vaivén emocional que nos abruma: por un lado, queremos comernos el mundo entero; por el otro, sentimos ganas de rendirnos, de dejarlo todo.
Esa transición de la adolescencia a la adultez es profundamente compleja. Pasamos de tener responsabilidades mínimas a vivir pensando en cómo sobrevivir cada día, en cómo cumplir con un sistema que exige demasiado y da muy poco espacio para el error o el descanso.
A menudo, sentimos la presión de encajar, de tener, de mostrar. Vivimos más pendientes de las expectativas que de nuestras propias experiencias. Nos obsesiona la idea del éxito, y creemos que vamos atrasados si no cumplimos con los tiempos o logros de otros. Pero nadie nos dice que cada persona vive a su propio ritmo, ni que estar estancados en “la flor de la juventud” también puede ser parte del proceso.
Me llamo Valentina, tengo 21 años y estoy felizmente en la crisis de los 20. Porque no sentirse cómoda, no sentir que algo te llena o tener la incomodidad de no saber hacia dónde vas no es el final. Es, tal vez, el motor que te impulsará a moverte…, pero a tu ritmo, no al de los demás.
Valentina Martínez Ome
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