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En su columna de El Espectador publicada el domingo 14 de marzo de 2021, titulada “Quemar iglesias”, Héctor Abad se refiere a la mexicana sor Juana Inés de la Cruz, recluida en un convento “laxo”, en cuya celda “pudo escribir y hacer el amor, así fuese con fantasmas: ‘Detente, sombra de mi bien esquivo, / imagen del hechizo que más quiero, / bella ilusión por quien alegre muero, / dulce ficción por quien penosa vivo’”.
No será fácil encontrar una frase más tosca, más peregrina, que la de Abad como preámbulo de un hermoso verso de la monja mexicana.
Octavio Paz, en su libro Las peras del olmo, luego de sentenciar que “la España que nos descubre no es la medieval, sino la renacentista”, afirma que sor Juana Inés de la Cruz “no solo es la figura más alta de la poesía colonial hispanoamericana, sino también es uno de los espíritus más ricos y profundos de nuestras letras”. Nacida en el siglo XVII, año 1648, casi adolescente fue llevada por su familia a Ciudad de México, donde se destacó por su singular inteligencia, un marcado interés por asuntos de ciencia, retórica, derecho y una decidida inclinación por las letras. Hija natural, presentía que un matrimonio anularía sus sueños y así eligió un convento en cuya celda podría acceder a una biblioteca, encontrar soledad y convertir en realidad la vocación de su alma: las letras.
El amor es su tema por excelencia, que aborda con ambigua actitud hacia los dos sexos. Su poesía rezuma cierto desdén hacia los hombres, a quienes suele formular reclamos: “Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis”.
“Pero sus retratos de mujeres son espléndidos”, anota Paz. Es memorable el romance que escribe sobre una de las virreinas que la protegieron, la condesa de Paredes: “Ser mujer y estar ausente / no es de amarte impedimento, / pues sabes tú que las almas / distancia ignoran y sexo”.
A la muerte de otra de sus protectoras, la marquesa de Mancera, escribe con dulzura: “Bello compuesto en Laura dividido, / alma inmortal, espíritu glorioso, / ¿por qué dejaste cuerpo tan hermoso? / ¿Y para qué tal alma has despedido?”.
“Sería excesivo hablar de homosexualidad”, subraya Octavio Paz y agrega: “Sus amores, ciertos o fingidos, fueron castos sin duda”.
Sor Juana, me atrevo a concluir, concebía la pasión amorosa, que en no pocas ocasiones la abrumaba, no como un sentimiento que pudiera comprometer su vida con otro ser, sino como una forma, fuente inspiradora de bellas letras, hermosos poemas de amor, sonetos gloriosos. Desde que era una niña, las letras conformaban la verdadera pasión de su vida. La única, probablemente.
Samuel Camargo Hidalgo. Girardot.
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