Mucho revuelo ha causado la descertificación que Donald Trump le impuso a Colombia en el tema de las drogas. Se habla de sanciones, de incumplimientos, de récords en cultivos ilícitos. Y sí, es cierto que el problema es enorme y que aquí tenemos una responsabilidad. Pero también hay una gran incoherencia que nadie quiere nombrar en voz alta.
Para empezar, hablemos de moral. Esa palabra viene del latín moralis, que significa “lo relativo a las costumbres”. No es algo reservado para filósofos o genios de la ética, sino algo que nos toca a todos en lo cotidiano: en la manera en que tratamos a la familia, en la política, en el trabajo, en la sociedad y hasta en la Iglesia. La moral no se queda en los libros, se vive cada día en nuestras decisiones. Por eso sorprende que haya personas fascinadas con ella, pero que terminan teniendo doble moral: una cara pública y otra privada.
Estados Unidos nos señala con el dedo como si todo dependiera de nosotros, pero allá están los mayores consumidores de la cocaína que aquí se produce. Basta mirar quiénes llegan a nuestras playas buscando ese “manjar blanco” que tanto los atrae: turistas rubios y de ojos verdes que consumen sin remordimiento, mientras acá nos dejan la violencia, la corrupción y la pobreza.
La doble moral es clara: nos exigen que acabemos con los cultivos, que arriesguemos la vida de campesinos, policías y soldados, pero no frenan la demanda que alimenta todo el negocio. ¿No es eso como apagar un incendio echándole gasolina?
Y no nos engañemos: esta doble moral no es solo cosa de la política internacional. La reproducimos en lo local, en la familia, en la sociedad y, me atrevería a decir, con más fuerza en la misma Iglesia. Nos escandalizamos por lo que pasa afuera, mientras nuestro propio rancho se está quedando en ruinas.
Trump nos descertifica como si eso fuera a disminuir un problema que es más suyo que nuestro. Pero más allá de este hecho puntual, la descertificación es un espejo: nos muestra cuán incoherentes podemos llegar a ser como humanidad, rápidos para juzgar a otros y lentos para reconocer nuestras propias culpas.
Luis Alfredo Cortés Capera
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