Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En la historia de nuestro país, pasamos de no aceptar la existencia de los problemas en salud mental, a reconocerlos como una carga individual de la cual cada quien debe hacerse responsable en silencio. La lógica y atractiva alternativa de “iniciar terapia” parece ser el eslogan más popular de nuestra generación. Y no se equivoque, querido lector: no busco minimizar la efectividad ni la importancia de la atención psicológica. Pero, como psicóloga, reconozco que no podemos hablar de salud mental sin traer a la mesa la discriminación, la pobreza extrema, la violencia y la desigualdad; responsabilidad de un sistema que agota, excluye y margina a nuestros pacientes.
Como profesional, tengo que reconocer que todas mis intervenciones pueden quedar reducidas una vez que mi paciente sale del consultorio. Porque cuando el entorno enferma, el malestar no se cura con fuerza de voluntad. ¿De qué sirve recomendar ejercicio si salir a caminar implica poner en riesgo la seguridad? ¿Cómo promover una alimentación saludable cuando el salario no alcanza para lo básico? Según el Ministerio de Salud (2023), más del 60 % de los colombianos ha enfrentado algún problema de salud mental, pero solo una minoría ha podido acceder a atención efectiva. La realidad es que buscar ayuda se convierte, para muchos, en un lujo que no pueden pagar o en una espera que nunca termina.
El cambio real no se construye solo en los consultorios, sino en las políticas que garanticen empleo digno, alimentación, techo, educación de calidad, seguridad y espacios libres de violencia para todos, no solo para unos pocos que nacen con el privilegio de disfrutarlos. La salud mental no florece en la precariedad: cuidar la mente también implica cuidar las condiciones de vida. Promover el bienestar emocional sin transformar el sistema que lo limita es como pedirle a una planta que crezca sin tierra ni agua.
Como terapeuta en salud mental, no quiero pacientes que solo aprendan a sobrevivir y adaptarse al sufrimiento o la desigualdad. Quiero una sociedad en la que a cada persona se le garanticen sus derechos, su bienestar y la posibilidad real de vivir con dignidad.
Emily Valentina Roa Reatiga, psicóloga y estudiante de Máster en Salud Pública.
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com
