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Los 20 años de la Constituyente

Cartas de los lectores

07 de febrero de 2011 - 10:15 p. m.

En el editorial “Los veinte años de la Constituyente” (05-01-2011), comentan que nos encontramos estancados en lo social y preguntan “si acaso no puede ser la misma Carta la culpable de que esto sea así”.

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Los efectos a largo plazo de la Constitución de 1991 no dan  lugar  para celebrar ese vigésimo aniversario, ni en lo social, ni tampoco en una fase vital de la vida republicana: la paz. Hay que recordar que el mayor anhelo, cuando se concibió la creación de la Constituyente, era el derecho a disfrutarla después de largos periodos de guerras fratricidas.


En fotografía de la misma edición los rostros de los expresidentes supérstites de la Constituyente, Antonio Navarro y Horacio Serpa,  reflejan  más preocupación que alegría, posiblemente por el recuerdo del tercero, Álvaro Gómez Hurtado (q.e.p.d.), víctima de  una imparable violencia. Es paradójico  que algunos victimarios son sujetos pertrechados por los gobiernos  que, indiscriminadamente, les suministran el arma con su correspondiente permiso para portarla, ignorando el espíritu camorrista y la intolerancia que nos caracteriza. Virtualmente se les concede permiso para matar y, en efecto, como resultado, de esa mezcla tan explosiva de armas con el ron y el aguardiente que promocionan los gobernadores, dizque para fomentar la educación, un reguero de muertos y de heridos colman los anfiteatros municipales y las salas de urgencia de los hospitales públicos entre viernes y domingo, más los festivos y sus correspondientes vísperas. Dramático inventario que también incluye a las víctimas de los  disparos al aire, que algunos de estos energúmenos suelen hacer para exhibir el seudopoderío que les dan las armas.


Por otra parte, las Farc, financiadas por el narcotráfico, siguen sembrando el terror contra civiles. Ostentan, además, el “honroso” título de ser campeones internacionales en la siembra de minas y en la cantidad de  muertos y mutilados por ellas. Aún permanecen secuestrados militares y civiles, algunos con más de diez años de permanencia,  encerrados en campos de concentración, tipo   nazi. Los paramilitares se desmovilizaron para seguir en las mismas, ahora como parte de las bandas criminales que asolan ciudades y campos.

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El símbolo vivo de la “cultura” de violencia que nos azota lo presenciamos esta semana cuando  “comerciantes” de los San Andresito atacaron a piedra buses de T.M.,  destruyendo instalaciones que son  para el servicio de la comunidad.


Realmente, en los últimos 20 años no hay nada que celebrar y sí mucho que lamentar.


 Jorge Arbeláez. Bogotá.


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