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En momentos en los que se decide la soberanía colombiana sobre territorios y espacios marítimos colombianos reivindicados por Nicaragua ante la Corte de La Haya, es interesante precisar algunas inexactitudes que se están difundiendo sin fundamento alguno.
Se dice una y otra vez que Colombia se basa en el tratado que firmaron en 1927 los ministros Esguerra y Bárcenas por parte de Colombia y Nicaragua respectivamente, y que este fue un buen pacto. Nada más alejado de la realidad: en virtud de dicho tratado Colombia cedió ignominiosa y absurdamente ante Nicaragua, regalándole las Islas Mangle o del Maíz, muy vinculadas a San Andrés, y la Costa de los Mosquitos.
Por otra parte, y eso es lo que interesa hoy, el tratado Esguerra-Bárcenas nada tiene que ver con la demanda actual de Nicaragua, centrada en la soberanía sobre los cayos Quitasueño, Serrana y Roncador, y otros menores, donde desde hace tiempo, antes y después del sandinismo, está concediendo licencias de prospección petrolera a empresas estadounidenses... Son los “pedacitos” que van a quitar a Colombia. El tratado ( que entró en vigor en 1930) no incluyó ninguna claúsula que se refieriera a esas aguas y cayos, por la sencilla razón de que estaban entonces bajo soberanía de Estados Unidos.
En tiempos de Misael Pastrana (1972) los estadounidenses aceptaron devolver los cayos a Colombia. Desde entonces son parte de una reserva ecológica decisiva para el equilibrio de la zona y lugar donde faenan los pescadores de Providencia y San Andrés.
Así que no nos cuenten que el tratado Esguerra-Bárcenas es el talismán que salvará nuestra soberanía sobre unos territorios preciosos por sus valores ambientales y sus riquezas submarinas.
Y lo primero que hay que lamentar es que Colombia haya aceptado la jurisdicción de la Corte de la Haya en este problema, pudiendo haberlo tratado de forma diplomática, bilateral o multilateral, como se está haciendo en otros contenciosos marítimos: Gibraltar o Las Malvinas, por poner dos ejemplos.
Antonio Albiñana. Bogotá.
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