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En una columna publicada en El Espectador, Andrés Hoyos expuso su pensamiento acerca de la mala fortuna por la que, según él, atraviesa el Partido Liberal. Para Hoyos este sector involucionó a tal punto que lo que antes fue una bandera política rica en ideas y votos hoy carece de ambas. No estoy de acuerdo con Andrés.
Respetados líderes de diferentes orillas ideológicas cabalgaron sobre el lema de “calumniad, calumniad al Partido Liberal que de esto algo queda” y a fe que quedó difamado. El resultado fueron más de 12 años por fuera del poder. Es cierto que algunos de los políticos mencionados por la “lista Hoyos” fueron, y algunos siguen siendo, rampantes personajes que aprovechan su posición dentro de las instancias estatales para poner en práctica acciones descompuestas. Lo que no es verdad es que todos, los que somos o sentimos el liberalismo, estemos en el mismo canasto.
Hay personas que entendemos la ideología liberal como un compromiso y actitud frente a la vida donde lo que prima es el respeto por lo público. Una de las razones por las cuales a los liberales nos satisface ser demócratas es el compromiso con los menos favorecidos. Luchamos cada día por tener un mejor país. La ley de víctimas, la ley de primer empleo, son ejemplo de pasar la página de las “embarradas” de algunos para llegar a la “cantera de las ideas”. El complemento “otra-edad” de los liberales consiste en la aplicación de una buena conducta por parte de quienes lo representan en las instancias regionales y nacionales.
Uno de los factores fastidiosos de los comunicados de las Farc es que incluyen frases como “Colombia es un país de políticos corruptos” o “en Colombia no hay políticos honestos”. Una de las metas, ahora que tenemos arrinconado a este grupo guerrillero, podría ser demandar de los dirigentes un comportamiento pulcro de los bienes públicos para “arrebatarles” ese discurso a los subversivos. Un país con cero índices de corrupción deja a las Farc sin palabras.
Hoy cuando el liberalismo retoma su sendero deberíamos aprender del pasado para no repetir esas horribles noches de nuestro pasado reciente. Andrés Hoyos, quisiera pensar, eso es lo que pretende. De lo contrario es difícil creer que un articulista de su talla defienda un partido como el Verde y “acaballe” sus tesis sobre las temblorosas piernas del renaciente rocinante rojo. La defensa de Mockus-Fajardo-Peñalosa, Jiménez o Garzón se debe hacer basada en las actuaciones de ellos como agentes que representan esta opción política; al liberalismo lo debemos evaluar observando a Rafael-Simón-David-Horacio- Vivian-Guillermo-Aníbal y muchos otros que están empeñados en rescatar los valores de un buen liberal: respeto por lo público y lucha por alcanzar un país más justo.
Pedro Viveros. Bogotá.
