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Este lote es de la Nación. Escrito visible en la esquina de la carrera 60 con avenida El Dorado. Era parte del Parque Simón Bolívar, según planos aprobados, unido por un túnel bajo la calle 53.
El japonés experto en parques venido a Colombia dejó lo hoy conocido como zona deportiva, y pendiente lo llevado en la sangre de los milenarios pueblos orientales: el amor, el respeto, el culto a la naturaleza, por ser un humedal, el Kioto suramericano en el corazón de Bogotá. Jardines, árboles de sombra y adorno, conocidos y desconocidos, zonas de meditación, descanso, educativas, culturales, capilla, decoraciones orientales, orgullo y civilización para Bogotá, para Colombia.
Hace un año inauguraron una parte con debut del Circo del Sol, y en pocos días será soberbio escenario para conciertos. Ingente inversión a la velocidad de la luz.
Pobre patria. Pobre Bogotá. Perdimos un pulmón, encontrarnos con la naturaleza, mejorar el aire en el centro de la capital. “Cuidemos nuestra casa común”, lo pidió el papa Francisco. Los sabios, los científicos en 1955, advirtieron al mundo del cambio climático; dijeron estar 100 años atrasados en la reforestación del planeta. El Libertador Simón Bolívar, inmediato a la Batalla de Boyacá, decretó sembrar árboles para reparar los daños a la naturaleza hechos por la guerra. Hasta 1948 existió en la educación colombiana el Día del Árbol.
¿Cuántas juntas de acción comunal, alcaldes, concejos de Bogotá, gobernadores de Cundinamarca, ministros y hasta presidentes de la República, con cuántos beneficios, desconocieron durante 70 años de baldío que la Nación somos todos los colombianos inclinados a una vida digna y de conciencia hacia un destino común, y que la vida sin la hermana madre naturaleza es imposible?
Isaac Vargas Córdoba
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