¡Que suenen los cañonazos!
Con marcada indignación han salido algunas figuras de la oposición de derecha en el país a denunciar como irresponsable y falta de toda medida de neutralidad el bailecito entre guerrilleros en proceso de desarme e incorporación a la civilidad y delegados de Naciones Unidas.
Más allá del acostumbrado acto malintencionado tras la filtración, poner en entredicho la prestancia de Naciones Unidas como garante del proceso de transición y desarme no pasa de ser una salida provincialista y melindrosa de quienes persisten en ver en donde puedan una oportunidad más para cuestionar las bondades del actual proceso de paz, desarme y reincorporación a la civilidad de los activos en las Farc. Si, además, nos fijamos en que este acto festivo ocurrió en el furor del ambiente decembrino, en las soledades de las serranías, selvas y montañas en las que se extraña el calor y la unión familiar, semejante protesta resulta incluso mezquina.
Por el contrario, muchas más voces han optado por recibir este gesto como uno más en la confirmación de que estamos avanzando decididamente hacia la paz. De hecho, buena parte del país ha recibido la noticia del bailecito con sensatez y no ha juzgado con igual severidad lo acontecido, simple y llanamente porque el colombiano promedio baila para demostrar que está contento, y hace fiesta para celebrar la vida y no la muerte.
Acostumbrarse a ver, celebrar, conversar, bailar, jugar, reír con excombatientes puede que resulte difícil y hasta tortuoso para mucha gente a la que aún hoy la animan los cantos de la guerra y del odio acumulado por décadas tras las exacciones de las Farc. Pero, en buena medida, la procura de la paz requiere que den ese paso hasta entender que el actual momento en la vida nacional es de perdón, reconciliación y entendimiento; si lo que queremos es avanzar en la construcción de un mejor escenario para la vida armoniosa.
En lo personal, ¡prefiero que en las montañas de Colombia sigan sonando los catorce cañonazos… bailables!
Arleison Arcos Rivas.
Envíe sus cartas a lector@elespectador.com.
¡Que suenen los cañonazos!
Con marcada indignación han salido algunas figuras de la oposición de derecha en el país a denunciar como irresponsable y falta de toda medida de neutralidad el bailecito entre guerrilleros en proceso de desarme e incorporación a la civilidad y delegados de Naciones Unidas.
Más allá del acostumbrado acto malintencionado tras la filtración, poner en entredicho la prestancia de Naciones Unidas como garante del proceso de transición y desarme no pasa de ser una salida provincialista y melindrosa de quienes persisten en ver en donde puedan una oportunidad más para cuestionar las bondades del actual proceso de paz, desarme y reincorporación a la civilidad de los activos en las Farc. Si, además, nos fijamos en que este acto festivo ocurrió en el furor del ambiente decembrino, en las soledades de las serranías, selvas y montañas en las que se extraña el calor y la unión familiar, semejante protesta resulta incluso mezquina.
Por el contrario, muchas más voces han optado por recibir este gesto como uno más en la confirmación de que estamos avanzando decididamente hacia la paz. De hecho, buena parte del país ha recibido la noticia del bailecito con sensatez y no ha juzgado con igual severidad lo acontecido, simple y llanamente porque el colombiano promedio baila para demostrar que está contento, y hace fiesta para celebrar la vida y no la muerte.
Acostumbrarse a ver, celebrar, conversar, bailar, jugar, reír con excombatientes puede que resulte difícil y hasta tortuoso para mucha gente a la que aún hoy la animan los cantos de la guerra y del odio acumulado por décadas tras las exacciones de las Farc. Pero, en buena medida, la procura de la paz requiere que den ese paso hasta entender que el actual momento en la vida nacional es de perdón, reconciliación y entendimiento; si lo que queremos es avanzar en la construcción de un mejor escenario para la vida armoniosa.
En lo personal, ¡prefiero que en las montañas de Colombia sigan sonando los catorce cañonazos… bailables!
Arleison Arcos Rivas.
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