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Racismo, acción afirmativa y una columna de Abad

Cartas de los lectores

27 de marzo de 2011 - 01:00 a. m.

El escritor Héctor Abad Faciolince, en su columna en El Espectador del 13 de marzo, bajo el título "Certificado de negro", se va lanza en ristre contra las medidas de "acción afirmativa" a favor de la población negra colombiana e indígena, bajo el argumento de que "en una población mayoritariamente mezclada como la colombiana" no tiene sentido "quién es blanco, negro, indio o mezclado en distintas dosis".

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A partir de una burda y malintencionada equivalencia a un modelo tipo Ku Klux Klan de pureza blanca a favor de la población menos favorecida para este grupo racial, pretende ridiculizar las demandas de políticas diferenciales a favor de los grupos étnico-raciales que han vivido históricamente una condición de discriminación racial y exclusión: la gente negra e indígena en Colombia.

Llama la atención la defensa de la bastardía que hace el escritor, como mecanismo social que refleja por excelencia el mestizaje interracial y que supuestamente es el mejor certificado para evitar diferenciarnos. Para dar un giro provocador y en apariencia de pensador liberal el escritor dice preferir el certificado de “bastardo”. Desafortunadamente para Héctor Abad Faciolince, la historia en Colombia y en otras sociedades de América Latina y el Caribe no se soporta en el credo de la democracia bastarda, que para él es el que funciona en las relaciones sociales entre las personas y las clases sociales en el país. En contra del escritor, los trabajos historiográficos, antropológicos, sociológicos y desde la economía muestran la existencia de una sociedad fuertemente jerarquizada según colores de piel, en la cual las poblaciones negras e indígenas se encuentran en la base de la pirámide social y los mecanismos de movilidad social para ellas son fuertemente restringidos o limitados. Los individuos —mujeres y hombres— negros e indígenas que han alcanzado posiciones de prestigio son contados y su ascenso ha sido “gota a gota”, luego de pasar todas las pruebas rituales de las clases medias y altas blancas, para probar su blancura y sus formas morales. Mientras más se blanquee en su comportamiento hay más posibilidades de un ascenso que en cualquier momento puede ser delatado como poco decoroso (como persona negra o indígena).

Pero también el escritor desconoce por completo que las mayores desigualdades regionales y sociales las enfrentan las mayorías de la población negra e indígena en Colombia. También diferentes estudios apoyados en estadísticas sociodemográficas y socioeoconómicas han demostrado que la pobreza medida a través de diversos indicadores y metodologías golpea principalmente a la gente negra e indígena, controlando por todo tipo de variables (sexo, edad, nivel educativo, zona urbana-rural). Entre los sectores pobres de grandes ciudades y zonas rurales en este país las mayores desigualdades en oportunidades las enfrenta la gente negra e indígena. El mismo conflicto armado se ha cebado en una amplitud inmisericorde contra la población negra del Pacífico y la Costa Caribe y los valles interandinos, así como en los territorios indígenas andinos y del Pacífico, la Amazonia y la Orinoquia y el Caribe colombiano. Debido a ello, en términos relativos al tamaño poblacional, el desplazamiento resultado del conflicto armado ha golpeado porcentualmente más a la gente negra e indígena en el país.

Nuestro escritor liberal que defiende la bastardía de sangre para desconocer la existencia del racismo nunca se ha dado cuenta de que el mito de la democracia de las mezclas raciales tampoco ha sido obstáculo para establecer en las prácticas sociales desigualdades odiosas que se soportan en un racismo estructural. Las clases sociales en Colombia tienen colores de piel en una escala cromática que opera en el día a día, pero para nuestro escritor con certificado de bastardía esto es impensable. Él vive en un mundo ideal mezclado en donde no hay ni blancos, ni negros, ni mulatos, ni indígenas, ni mestizos, según él sin importar las “dosis”. Por lo mismo le parece extraño (hasta ofensivo) que los maltratados y excluidos históricamente reclamen sus derechos de ciudadanía plena a partir de políticas diferenciales que constituyen el mejor mecanismo de luchar contra esas desigualdades, producto del racismo estructural. Claro, es fácil para nuestro escritor asumir esa posición dada su condición social y racial, que lo coloca en una posición de poder. El mejor de los mundos en donde no exista el cromatismo social como dispositivo de estatus social que supone el escritor existe en el país termina por convertirse en una mentira colectiva, una ideología. Si queremos lograr una sociedad que luche contra el cromatismo social, en otras palabras la discriminación racial, precisamos comenzar por desnudar al rey y exigirle reglas distributivas diferenciales que les den a los individuos y colectivos más desventajados mejores alternativas de igualdad.

 Fernando Urrea Giraldo. Profesor Universidad del Valle. Cali.

Del magistrado Mauricio González

En tres de sus últimas cuatro columnas, Ramiro Bejarano me menciona, y deseo precisar lo siguiente:

1. No me quejo de la crítica de la prensa libre. Al contrario, la reivindico como juez y ciudadano. Ante una información inexacta, planteo aclaraciones, más que rectificaciones; frente a la opinión adversa, incluso agresiva, practico respeto y tolerancia.

2. Otra cosa cuando el columnista adopta un estilo insultador: epítetos que denotan animadversión personal que transmuta en saña periodística, a la que no me corresponde descender. Queda al juicio libérrimo del lector, la pertinencia del insulto como instrumento de formación de opinión.

 Mauricio González Cuervo. Magistrado de la Corte Constitucional. Bogotá.

Envíe sus cartas a lector@elespectador.com.

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