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En su columna “Persuasión y batallas en redes” (El Espectador, 5 de julio de 2025), Catalina Uribe Rincón plantea que figuras como Gustavo Petro o Viktor Orbán utilizan una estrategia retórica similar: amplifican los extremos —ese “1 %” que domina el ruido digital— para etiquetar y deslegitimar al resto. Es un análisis provocador, pero también incompleto: en Colombia, esa misma táctica ha sido históricamente usada por la derecha, incluso desde espacios mucho más institucionalizados.
El caso más evidente es el uso sistemático del término “castrochavismo”. Durante años, este rótulo funcionó como una forma de aterrorizar al electorado y asociar toda propuesta progresista con un colapso al estilo venezolano. A esto se suman narrativas como la del “narcocomunismo” promovidas en el Foro Madrid, donde sectores del uribismo y de la ultraderecha internacional pintaron al entonces candidato Petro como una amenaza global. En ambos casos, se usó una minoría extrema como excusa para deslegitimar a todo un sector político.
Y aún más preocupante es el uso del discurso de la “gente de bien”. Este sector, que suele hablar desde posiciones de poder económico, social y mediático, ha construido una imagen de sí mismo como el bastión del orden y la moral, mientras presenta a los sectores populares, movilizados o inconformes como peligrosos, ignorantes o violentos. Esa también es una forma de polarización: una que no se grita, pero se impone.
Uribe Rincón acierta al advertir que la polarización no se reduce a debates racionales, y que la persuasión ha cedido terreno frente a la confrontación. Pero al enfocar su crítica solo en un lado del espectro, su columna incurre en un desequilibrio: olvida que en Colombia el poder no lo ha tenido la izquierda, sino justamente quienes han perfeccionado esas estrategias desde hace décadas.
La batalla por el sentido común no se libra solo en los tuits de un presidente, sino también en los editoriales, en las élites mediáticas y en los discursos de quienes, amparados en su supuesta “decencia”, no se reconocen como parte activa del conflicto retórico.
Si queremos hablar de persuasión y batallas en redes, hagámoslo con todas las cartas sobre la mesa. Porque el “1 % que domina el debate” también viste corbata, firma columnas, aparece en noticieros… y se hace llamar gente de bien.
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