Por la boca muere el pez
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En Colombia, las tragedias no paran y, peor aún, se repiten. La muerte de menores de edad durante una operación militar ordenada por el gobierno del presidente Gustavo Petro no solo trae a la memoria sucesos lamentables que han ocurrido en anteriores gobiernos, también nos deja ver cómo se contradice profundamente con su discurso histórico y las acciones que ha ejercido durante su mandato.
Durante años, Petro fue una de las voces más férreas y vehementes contra los bombardeos que terminaron con la vida de menores de edad que habían sido reclutados por los grupos armados. Durante su oposición, denunció estos hechos como crímenes de Estado, como ejercicios desmedidos de la fuerza oficial que desconocían la dignidad humana y los derechos de los menores. Sus intervenciones en el Congreso, sus trinos y sus declaraciones públicas siempre dieron el mensaje de que por ningún motivo se debe justificar el asesinato de un niño. Sin embargo, durante su mandato se respalda tras una explicación técnica y culpando directamente a la guerrilla como responsable del reclutamiento, así evitando asumir una responsabilidad política.
El país no puede normalizar que estos hechos cambien de gravedad dependiendo de quién esté en el poder. Aún menos Petro, quien fue de los que puso el tema sobre la mesa, la discusión moral y política sobre los límites del accionar militar. Pero ahora, parece que Colombia y su presidente demuestran que no cuentan con memoria histórica.
La pregunta que queda es plantearnos: ¿Qué tan válidas eran las convicciones de Petro cuando denunciaba bombardeos en gobiernos anteriores, si hoy no demuestra el mismo rigor ético frente a su propio mandato?
Ingrid Jimena Correa Cucunubá
El valor de una invitación
Hace muchos años, un consejero de Estado manifestaba que lo bueno de ser extraño en Bogotá es que nadie lo invita a uno a nada. El homenaje que rindió el ahora magistrado de la Corte Constitucional, Carlos Camargo, a magistrados tanto de la Corte Suprema como de la Corte Constitucional no tendría nada de particular en un país como Colombia, donde muchas veces se le da un valor desbordado a las influencias para llegar a un cargo. El problema es que se trata precisamente de los magistrados que lo ternaron, lo cual, quiérase o no, le da un manto de sospecha a este homenaje.
Rodolfo Alberto Vanegas Pérez
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