Muchas veces me pregunto qué es lo que nos pasa como colombianos que aceptamos tantos atropellos sin siquiera rechinar los dientes. La corrupción siempre latente, el abuso del poder, el centralismo del Gobierno y su abandono regional, la eterna espera de un pacto pacífico que no llega, y ni hablar de las horas que podemos pasar esperando que nos brinden un servicio público o garanticen alguno de nuestros derechos fundamentales.
En muchos casos, es un tema de desconocimiento porque damos por hecho que ese comportamiento de terceros e instituciones está permitido, o porque consideramos que así es como las cosas vienen funcionando desde siempre. Algunos prefieren sentarse y esperar que sean otros quienes se encarguen de denunciar cualquier malestar generalizado. Y otros no hacemos nada porque consideramos que son situaciones que afectan a los ciudadanos como colectivo, pero no a nosotros como individuos. También callamos ante la desconfianza que nos producen las instituciones que supuestamente se aseguran de preservar nuestros derechos (llámense superintendencias, sistema judicial, o la oficina de preguntas-quejas-y-reclamos de cualquier entidad).
Un pequeño pero claro ejemplo de estos atropellos son los policías que escoltan a cualquier magistrado o político, que entorpecen todas las calles a su paso, con un silbato ensordecedor y levantando la mano en un acto dictatorial y autoritario extraordinario. Los conductores, resignados, bajamos la cabeza y esperamos que pase el desfile de luces y blindaje, banderas y policías, como si estos tuvieran el derecho divino que les permite pasar por encima de los ciudadanos. Esto es prevaricato, o sin tanto tecnicismo jurídico, es abuso del poder. Lo que muchos no saben es que sólo los escoltas del presidente de la República son los que legamente pueden hacer esto. Y ahí estamos, sumisos y callados, dándole paso una vez más al atropello de nuestros derechos.
Ese es solo un ejemplo, pero todos los días nuestros derechos y garantías como ciudadanos se ven atropellados. En una de sus columnas en El País de España, la escritora española Rosa Montero afirma que “Cuanto más desarrollada esté una democracia, más repartido estará el poder real y más nos vigilaremos los unos a los otros para evitar abusos”, y esta es una gran verdad. El acceso a la información y el acceso al conocimiento se deberían aprovechar muchísimo más por los ciudadanos. Nuestro deber es informarnos y exigir respeto. Aunque estoy convencida que la adhesión activa de la ciudadanía dentro de la democracia sólo puede materializarse si es percibida como un deber ciudadano.
Debemos hacer un llamado para renunciar al individualismo y empezar a pensar como colectividad. Es hora de abrir los ojos ante posibles riesgos o vulneraciones que nos afecten a todos. Tenemos tanto acceso a la información, al conocimiento, y tantos canales (institucionales, informales y cibernéticos), que es una lástima no aprovecharlos para promover una cultura ciudadana consciente. El ejemplo de los policías puede verse pequeño frente a tantos malestares, pero es que son las pequeñas soluciones prácticas las que en verdad cambian a las sociedades. Y la próxima vez que vea un policía cediéndole a usted el paso, porque el carro de atrás pertenece al honorable congresista, exíjale respeto. Ya no por sus derechos sino por los del semáforo del costado, a quienes los han bloqueado sin justificación. Verá lo bueno que se siente.
* Consultora en comunicaciones estratégicas.
@mimia_labandida