Se acercan elecciones para Alcaldías y es hora de preparar el palco para ver la batalla mediática y política que dará mucho de qué hablar.
Como si fuera una telenovela o un reality show, dejamos que entre declaraciones y debates los candidatos muestren su mejor cara y nos permitan modificar (para bien o para mal) la imagen previa que ya tenemos de ellos. Hay dos opciones: o conquistan nuestro corazón (porque en estas cosas políticas priman más la afinidad y la reputación que la razón), o elegimos a dedo al que consideramos “menos peor” entre los susodichos.
Una vez elegido el nuevo mandatario, nos preparamos para la segunda temporada, en la que nos sentamos a esperar a que los de arriba miren cómo resuelven tanto problema que acapara la capital. Eso sí, la lengua la dejamos lista, en la punta de los dientes, para enjuiciar y criticar cualquier gestión u omisión del gabinete de turno. Antes de repetir esta historia, es clave que entendamos que uno de los problemas de nuestras últimas alcaldías es que no hemos contado con políticas públicas que nos involucren como ciudadanos de forma activa.
Los que conocemos Medellín, nos sorprendemos del compromiso de ciudad de sus habitantes, donde estos se niegan a tirar un papel que ensucie las calles, donde el espacio público se cuida y donde no hay nada más sagrado que el respeto a la fila en el metrobús o el metrocable. En comparación, Bogotá parece una ciudad de nadie, donde no hay interesados por la protección y el cuidado de la ciudad.
Es fundamental que dentro de los programas de gobierno de los candidatos a la Alcaldía existan propuestas factibles de cómo involucrar a los ciudadanos para construir la ciudad que tanto anhelamos. No es imposible: ya se ha hecho antes. En la Alcaldía de Antanas Mockus, el mandatario lideró una brillante estrategia para crear la cultura ciudadana, cuya premisa era garantizar que los ciudadanos cumplieran y fomentaran el cumplimiento de las normas existentes por convicción y no por miedo a la sanción. Aunque desde la teoría este comportamiento tiene diferentes causas, la mejor forma de hacer cumplir las normas sociales es cuando existe una absoluta convicción sobre su objeto y función.
Las tácticas incluían un sistema de compensación en el que la misma ciudadanía aplaudía el buen comportamiento o reprendía al que consideraban en contra de los intereses del bien común y de la ciudad en general. No se trataba de una inversión millonaria, bastaba con escasos recursos, mucha pedagogía y un plan de comunicación robusto. Por ejemplo, para enseñarles a los transeúntes a cruzar las calles correctamente, unos mimos imitaban a los que se salían descaradamente de las líneas de la cebra, poniéndolos en la mira de las risas del resto de la comunidad.
También, en el marco de esta iniciativa, los bogotanos aprendimos a ser árbitros. La Alcaldía repartió tarjetas rojas y verdes, que sacábamos sin dudar ante el conductor imprudente que pasaba en amarillo, o para reconocer al buen samaritano que se tomaba el trabajo de ayudar a un anciano a cruzar la calle. Mockus explica que “ser ciudadano es respetar los derechos de los demás. El núcleo central para ser ciudadano es, entonces, pensar en el otro. Se basa en tener claro que siempre hay otro”. El pilar de su programa era la educación y una pedagogía enfocada en la formación de ciudadanos comprometidos.
Es clave pensar en un programa de gobierno que también nos involucre. Las ciudades no sólo se construyen con leyes; se construyen con comportamientos y acciones, no de un alcalde y su gabinete, sino con los de los 10 millones de ciudadanos que la habitamos y definimos qué tan habitable o no es esta ciudad.
Es clave exigir mecanismos, desde la administración, que permitan que los ciudadanos aprendamos a participar en la construcción de una cultura ciudadana que promueve el famoso cambio que necesita nuestra capital.